CUARESMA, DÍA 27

 



Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer. —Juan 15:5

Hay un razonamiento que puede hacerse fácilmente a la inversa de una proposición dada y este es un buen ejemplo de ello. Si todo aquel que está unido a Cristo lleva fruto, podemos deducir que aquel que no lleva fruto no tiene esta unión vital con Jesús.

Acostumbramos a valorar el compromiso cristiano con el número de veces que aparece- mos por la iglesia en un periodo de tiempo dado ¡Nada más lejos de la realidad! No estoy afirmando que no sea necesario el compañerismo con otros seguidores de Jesús, ¡Naturalmente que lo es! Estoy hablando que esa no es la medida de nuestro seguimiento del Maestro.

El fruto, por el contrario, sí que lo es. Unos versículos más adelante (v.8) se indica que el fruto es, precisamente, la prueba del auténtico discipulado. Es, por tanto, importante entender qué tiene Jesús en mente cuando habla de fruto. Creo que se refiere a la práctica del bien en el contexto de la vida cotidiana.

Pienso que está hablando de vivir de tal manera que por donde pasemos tengamos una influencia de bendición para los otros. Hechos 10:38 afirma que Jesús anduvo haciendo el bien a todos y era evidente que Dios estaba con Él. Afirmo, en definitiva, que se trata de vivir como auténticos agentes de restauración y reconciliación porque cuando uno lo es, de la misma manera que un cometa arrastra una larga cola, un agente arrastra la bendición, el bien, el compromiso con un mundo roto, la búsqueda de la paz, la proclamación del evangelio y un largo etcétera de bendiciones para aquellos que le rodean.

Al inclinarte hacia atrás para ganar esa tan necesaria distancia y perspectiva, al mirar a tu vida ¿Qué frutos produce la misma?

¿Cuáles son para ti un motivo de gozo y alegría? ¿Cuáles son un motivo de vergüenza?
¿Qué crees que otros ven al mirar tu vida?





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