EL PELIGRO DE JUZGAR
Por eso, tú, quienquiera que seas, no tienes excusa cuando te eriges en juez de los demás. Al juzgar a otro tú mismo te condenas, pues te eriges en juez no siendo mejor que los demás. (Romanos 2:1) Jesús ya afirmó que no debíamos juzgar para no ser nosotros mismos juzgados. Cuando yo juzgo a alguien por su conducta, valores, actitudes, motivaciones, etc., estoy reconociendo que existen unos valores, principios, o como queramos llamarlos que son superiores y que la persona juzgada está transgrediendo. En este caso estamos hablando de la ley de Dios, de sus mandamientos y voluntad. El problema es que la ley es un todo. La transgresión de uno de sus preceptos nos convierte automáticamente en culpables. Dicho de manera simple; si soy un ladrón no puedo alegar en mi defensa que no he matado a nadie. Ciertamente no he cometido asesinato u homicidio, pero igualmente soy un delincuente. Mi punto es que uno solo está en condición de juzgar a otros cuando uno mismo está cumpliendo a cabalidad t