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Mostrando entradas de enero 31, 2023

SER DISCÍPULO EN EL SIGLO XXI. LA GRAN HISTORIA DE DIOS. REDENCIÓN 3

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  En cuanto a vosotros, no habéis recibido un Espíritu que os convierta en esclavos, de nuevo bajo el régimen del miedo. Habéis recibido un Espíritu que os convierte en hijos y que nos permite exclamar: “¡Abba!”, es decir, “¡Padre!” . Y ese mismo Espíritu es el que, uniéndose al nuestro, da testimonio de que somos hijos de Dios.   Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que ahora compartimos sus sufrimientos para compartir también su gloria. (Romanos 8:16-18) La restauración de la relación con Dios nos ofrece una nueva identidad, la de hijos suyos. Va más allá de simplemente permitirnos estar en paz con el Señor. Podríamos estarlo pero en libertad vigilada o condicional. Con nuestro pasado siempre presente y siéndonos recordado una y otra vez.  El hijo de la parábola era muy consciente que aquello que había hecho le privaba del derecho de, si regresaba a la casa del padre, ser tratado como hijo. Aspiraba como máximo a ser un jornalero,

SER DISCÍPULO EN EL SIGLO XXI. LA GRAN HISTORIA DE DIOS. REDENCIÓN 2

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  Por lo tanto, ya que fuimos hechos justos a los ojos de Dios por medio de la fe, tenemos paz con Dios gracias a lo que Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros.  Debido a nuestra fe, Cristo nos hizo entrar en este lugar de privilegio inmerecido en el cual ahora permanecemos, y esperamos con confianza y alegría participar de la gloria de Dios. (Romanos 5:1-2) El pecado rompió nuestra relación personal con Dios. Desde Edén el ser humano sigue escondiéndose del Señor porque es culpable de haberse rebelado contra Él, su señorío y su autoridad. Todo el sistema veterotestamentario de sacrificios tenía como propósito restablecer, por medio del derramamiento de sangre inocente, la relación rota entre el hombre y Dios; restablecerla aunque fuera de forma temporal, ya que cada pecado volvía a romperla y exigía un nuevo sacrificio en una dinámica sin fin.  El sacrificio único y definitivo de Jesús por cada uno de nosotros ha terminado con esa separación. La salvación que Él trae restaura