VAMOS AL TRONO DE LA GRACIA
Y ya que contamos con un sumo sacerdote excepcional que ha traspasado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en la fe que profesamos. Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, al contrario, excepto el pecado, ha experimentado todas nuestras pruebas. Acerquémonos, pues, llenos de confianza a ese trono de gracia, seguros de encontrar la misericordia y el favor divino en el momento preciso. (Hebreos 4:14-16) A lo largo de las Escrituras el trono se relaciona con la autoridad y la capacidad del rey para juzgar. Los monarcas se sentaban en los tronos para ejercer y aplicar justicia, y no cualquiera estaba autorizado para acercarse sin el debido permiso al sitial. Recordemos, por ejemplo, que Esther se jugaba la vida al acercarse al trono de Asuero sin contar con la debida autorización del monarca. Solo si éste le extendía el cetro y le concedía la gracia de estar allí podría salvarse, c osa que afortunadamente sucedió.