PROFETAS Y REYES, DAVID, CUANDO LA INJUSTICIA NOS ALCANZA
Pero mientras el hijo de Jesé siga vivo sobre la tierra, ni tú ni tu reino estaréis seguros. Así que manda a capturármelo, porque está condenado a muerte. (1 Samuel 20:31)
Diría que, la mayoría de las veces, cuando el mal nos sobreviene nos cuesta encajarlo. Alguien en nuestro entorno cae enfermo de forma grave y, todo y sentirnos mal por la otra persona, estamos contentos de que no nos haya pasado a nosotros. Si la desgracia se abate sobre nosotros nos cuenta más entendedor ¿Por qué a mí? acostumbra a ser la pregunta.
El mal es más difícil de encajar cuando lo consideramos injusto o inmerecido. Sabemos, ciertamente, que vivimos en un mundo lleno de injusticia. Pero, una cosa es entenderlo como concepto abstracto, teórico, y otra bien diferente es experimentarlo en nuestra propia vida, cuando la injusticia aterriza en nuestra propia realidad personal.
Pocas cosas he visto tan dañinas en el seguimiento de Jesús como esa falsa noción de que el creyente está a salvo de las calamidades y los problemas. Que la vida cristiana es ir de victoria en victoria, de bendición sobre bendición y ese largo etcétera de lugares comunes de los que se alimenta la espiritualidad popular. Dañina, porque cuando se abate sobre nosotros el mal y la injusticia no tenemos un marco mental que nos permita procesarlo e incorporarlo.
Humildemente creo que esta es una enseñanza que se desprende del capítulo. David padece de forma injusta y no parece que el Señor intervenga para evitarlo. Jesús sufrió -el justo por los injustos- y Dios no intervino para permitir que pasara de Él esa copa. Ambos, David y Jesús, anduvieron por el valle de sombra de muerte pero Dios estuvo con ellos.
¿Qué injusticias sufres, cómo puede ayudarte la presencia del Señor?
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