LIMPIEZA



¡Limpiad vuestras manos, pecadores! ¡Purificad vuestros corazones los que os portáis con doblez! (Santiago 4: 7)


La pureza ritual siempre ha formado parte de todas las religiones. En el Antiguo Testamento sabemos que los sacerdotes debían de lavarse las manos antes de llevar a cabo su servicio; los judíos ortodoxos se lavaban antes de cada comida, incluso lavaban y purificaban los muebles y otros enseres. Sin embargo, era fácil quedarse con el ritual externo y olvidar totalmente el aspecto interno, el corazón. Esta era una de las críticas que el Maestro hacia a los fariseos, la falta de coherencia entre el ritual externo, puntillosamente guardado, y el estado del corazón.

La idea bíblica es que no podemos presentarnos ante el Señor de cualquier manera, hemos de tener una actitud de limpieza integral para poder estar en su presencia. En las Escrituras encontramos la exigencia de pureza de manos -es decir, nuestras obras-, pureza de labios -es decir, nuestras palabras-, pureza de mente -es decir nuestros pensamiento-, y pureza de corazón -es decir, nuestras emociones-. Es un requisito para poder mantener nuestra relación con el Señor. Por eso, es altamente recomendable, de la misma forma que un sacerdote del Antiguo Testamento se lavaba antes de oficiar, que nosotros nos purifiquemos en esas cuatro dimensiones antes de pasar tiempo con nuestro Dios.


¿Qué nivel de limpieza tienes en cada una de esas cuatro dimensiones?

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