PREJUICIOS
Al oír esto, el sumo sacerdote se rasgó las
vestiduras y exclamó: — ¡Ha
blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testimonios? ¡Ya habéis oído su blasfemia! ¿Qué
os parece? Ellos contestaron:
— ¡Que merece la muerte! Y se
pusieron a escupirlo en la cara y a darle puñetazos mientras otros lo abofeteaban (Mateo 26:66-67)
El juicio de Jesús fue una parodia. Por lo que sabemos gracias a los evangelios el Sanedrín, órgano supremo de gobierno de los judíos, ya había tomado la decisión de acabar con Él mucho antes de que su comparecencia ante la corte tuviera lugar. Los dirigentes de Israel tenían claros prejuicios con respecto al Maestro y el simulacro de juicio únicamente tuvo como finalidad el confirmarlos.
Muchas personas se
acercan a Jesús cargadas con sus prejuicios. Es interesante la definición que
hace el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española de esta palabra:
un prejuicio es una opinión previa y
tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal. Ciertamente
es una descripción interesante.
El prejuicio condiciona no sólo la manera en que la
persona se acerca a los hechos, sino también los resultados que obtendrá de los
mismos. No importa la cantidad de evidencia e indicios que la realidad presente,
estos serán reinterpretados en base al prejuicio o, simplemente ignorados.
Las personas que se
acercan al Maestro con prejuicios no están en absoluto interesadas en conocer
la verdad. Antes de acercarse a Él ya han tomado una decisión con respecto a
quién es Él, a cuál es su identidad y nada ni nadie podrá cambiar esa decisión
tomada antes del examen de la realidad. Más bien, al contrario, es muy posible
que se acerquen a esta realidad en busca de cualquier indicio, dato o pieza de
información que pueda justificar y dar soporte a la idea ya formada en sus mentes.
No hay peor ciego, afirma el refrán, que aquel que no quiere ver. O como reza
una frase atribuida a Lenin: si la
realidad no concuerda con nuestra teoría, ¡Peor para la realidad! Pero cuidado, nosotros los seguidores de Jesús no estamos exentos de tener prejuicios con respecto a otros y con respecto al propio Señor y sus enseñanzas. También nosotros nos podemos acercar a Jesús, no para que nos ilumine la verdad, sino para confirmar nuestras ideas, ratificar nuestras decisiones o incluso justificar nuestro estilo de vida.
¿Con respecto a qué o quién tienes prejuicios? ¿Con qué actitud te acercas a Jesús?
Intento no tenerlos, aunque a veces al cruzarme con alguien que me parece peligroso, cruzo de acera o me pongo en alerta, quizás solo es su vestimenta o el barrio donde vive. Esto, reconozco, es prejuicio. Es difícil aplicar los valores del Reino de Dios en una sociedad manchada por las consecuencias del pecado. Tener el equilibrio, entre ser hijo de Dios y vivir en un mundo, cuyo príncipe es el enemigo ancestral de los propósitos originales del Creador, para cada uno de los habitantes de la tierra, es una tarea que solo con la ayuda del Espíritu Santo y el poder que Jesús prometió infundirnos en nuestro espíritu, puede ser una realidad visible, palpable y aplicable a todos los aspectos de la vida.
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