SER DISCÍPULO EN EL SIGLO XXI: SER COMO JESUS

 



hasta que todos alcancemos la unidad propia de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios; hasta que seamos personas cabales; hasta que alcancemos, en madurez y plenitud, la talla de Cristo. (Efesios 4:13)

El discípulo es alguien que colabora con Jesús en el misterio de la restauración y reconciliación. Lo hace por medio de la presencia, la proximidad, la pasión y la proclamación. A esta dimensión podríamos llamarle la dimensión horizontal. Pero también existe una vertical que consiste en que más y más nos vayamos pareciendo a Jesús, de forma continúa y creciente su vida se pueda expresar y manifestar a través nuestro. Dicho con toda reverencia y respeto seamos Jesusitos, pequeños Jesuses, imitadores de Él, personas en las que la forma de vivir y pensar que expresó el Maestro por medio de su encarnación vaya cuajando en nosotros.

Porque la salvación no es, ni mucho menos, únicamente un pasaporte para ir al cielo. La salvación implica que podamos ser la mejor versión de nosotros mismos. Implica que seamos el tipo de personas que Dios tenía en mente cuando creó a la humanidad y el pecado, debido a nuestra desobediencia, hizo totalmente inviable. No en vano en la carta que Pablo escribió a los seguidores de Jesús en la antigua Roma, el Maestro es identificado como el nuevo Adán, el primero de una nueva creación. Eso implica que cuando miramos al Jesús descrito en los evangelio podemos ver el tipo de ser humano que estábamos destinado a ser y que, como ya mencioné, el pecado hizo totalmente inviable. 

Así pues, el discípulo avanza en una doble dirección: ser un constructor del Reino del Padre -dimensión horizontal- y desarrollar a su Hijo en nuestras vidas -dimensión vertical-.

¿Hasta qué punto son visibles ambas dimensiones en tu vida? ¿Cuán intencional eres en ambas?

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