CUARESMA, DÍA 35
Probablemente una de las razones más importantes que nos impide perdonar es el do- lor -la vertiente física- y el sufrimiento -la vertiente emocional- que el ofensor nos ha causado. Pueden haber diversos grados, sin duda, pero no sería aventurado afirmar que a más dolor o sufrimiento más dificultad para otorgar el perdón.
Conceder el perdón es aún mucho más difícil, creo yo al menos, cuando el ofensor ni siquiera se ha molestado en pedirnos perdón y reconocer su falta. Otro grado de dificul- tad sería cuando el ofensor, además de no pedirnos perdón, se enorgullece de lo que ha hecho.
Sin embargo, la invitación del Señor por medio del apóstol Pablo es a perdonar, lo cual supone una gran dificultad, un gran esfuerzo emocional y espiritual para superar el dolor y el sufrimiento y, tan a menudo, no es nada fácill generar la fortaleza necesaria.
Por eso el apóstol nos propone la meditación en el perdón que Dios nos ha otorgado a nosotros por medio de Jesús y lo costoso que fue el poder dárnoslo. Vernos perdonados, sabernos perdonados y experimentar el perdón debería de ser un generador de motiva- ción para que nosotros pudiéramos superar el dolor y el sufrimiento y perdonar a otros, al margen de que nos hayan pedido perdón o no, sin tener en cuenta si la persona está arrepentida o no. El perdón es un acto unilateral por parte nuestra que nace de la com- prensión del perdón que nosotros de parte de Dios por medio de Cristo hemos recibido.
¿Quién necesita tu perdón aunque no lo merezca? ¿Qué te impide otorgarlo?
¿Qué te impide darle al Señor ese dolor y sufrimiento que puede significar una barrera a la hora de perdonar?
¿De qué modo el perdón otorgado por Jesús puede ayudarte a perdonar?
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