JESÚS/ NAZARET 2/ MATEO 13:53-58

Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos (Mateo 13:58)

La incredulidad es una actitud del corazón, es una negativa a creer, es una búsqueda de razones y justificaciones para no aceptar aquello que uno ha decidido que no desea aceptar, que no desea creer.

Para el incrédulo las pruebas y las evidencias carecen de todo valor y no le mueven un centímetro en su posición de no creer, pues no se trata de una falta de evidencias o pruebas sino una determinación a negarlas o interpretarlas de una manera totalmente diferente.

La incredulidad anidaba en el corazón de muchos de los contemporáneos de Jesús e hizo que atribuyeran a Satanás sus milagros, que pidieran otros nuevos para creer o, como en el caso de Lázaro, que estuvieran dispuestos a asesinarlo para de esa manera negar la evidencia. Cualquier cosa menos cambiar su punto de vista ya determinado.

Me pregunto si la excesiva familiaridad con Jesús, el conocimiento superficial de Él sin un auténtico encuentro transformador, puede general con facilidad en incredulidad. La gente de Nazaret tenía tal grado de incredulidad que, según el texto bíblico, el Maestro no pudo hacer allí muchos milagros. Gente de todos los lugares lo buscaban porque necesitaban que Él interviniera en sus vidas y las transformara, sin embargo, sus propios vecinos no creyeron en Él.

Me pregunto si eso mismo no nos pasa a nosotros, que después de tantos años de conocer superficialmente a Jesús nos hemos vuelto incrédulos y, consecuentemente, incapaces de creer que puede hacer nada milagroso o sobrenatural en nuestras vidas. Nada obtenemos porque nada esperamos ni anhelamos. Muchas veces he oído a creyentes de mi tierra afirmar que no entienden por qué Dios no hace aquí los milagros que escuchamos hace en otros lugares ¿Será una cuestión de incredulidad? ¿Será que nosotros no esperamos que lo haga?

¿Qué grado de incredulidad hay en tu vida? ¿Qué relación puede existir entre incredulidad y falta de transformación?