LAS COMPARACIONES SON ODIOSAS
Si alguno se figura ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo. Que cada uno examine su propia conducta y sea la suya, sin comparación con la del prójimo, la que le proporcione motivos de satisfacción.
Esto lo escribe Pablo en su carta a las comunidades cristianas de Galacia, en el capítulo 6 versículo 4. Es inevitable compararse con otros y, habitualmente, lo solemos hacer con aquello que la comparación resulta favorable para nosotros.
Muchas veces me siento orgulloso de mí mismo como consecuencia de este tipo de comparación. Me hace sentir mejor, más espiritual, más visionario, más comprometido, más entregado, más capaz, mejor administrador de mi tiempo y un largo etcétera.
Pero lo que el apóstol dice es que los motivos de satisfacción, algo legítimo por otra parte, no deberían proceder de esa fuente, sino más bien de un examen de mi propia conducta. La cuestión, por tanto, no es cuánto hace el otro, sino cuánto hago yo en función del potencial que tengo, las oportunidades que se me brindan y los donos que se me han otorgado. De aquí debería venir mi fuente de satisfacción.
Entronca, este consejo de Pablo, con lo que enseñó Jesús en la parábola de los talentos. A cada uno se le pedirá en función de lo que se le ha otorgado. Por tanto, si yo puedo dar 100 y tan sólo doy 80, de nada me sirve compararme con otro que da 60 y sentirme mejor que él y satisfecho de mí mismo. Valorándome a la luz del 100 que puedo dar tendría menos motivos de satisfacción.
Esto lo escribe Pablo en su carta a las comunidades cristianas de Galacia, en el capítulo 6 versículo 4. Es inevitable compararse con otros y, habitualmente, lo solemos hacer con aquello que la comparación resulta favorable para nosotros.
Muchas veces me siento orgulloso de mí mismo como consecuencia de este tipo de comparación. Me hace sentir mejor, más espiritual, más visionario, más comprometido, más entregado, más capaz, mejor administrador de mi tiempo y un largo etcétera.
Pero lo que el apóstol dice es que los motivos de satisfacción, algo legítimo por otra parte, no deberían proceder de esa fuente, sino más bien de un examen de mi propia conducta. La cuestión, por tanto, no es cuánto hace el otro, sino cuánto hago yo en función del potencial que tengo, las oportunidades que se me brindan y los donos que se me han otorgado. De aquí debería venir mi fuente de satisfacción.
Entronca, este consejo de Pablo, con lo que enseñó Jesús en la parábola de los talentos. A cada uno se le pedirá en función de lo que se le ha otorgado. Por tanto, si yo puedo dar 100 y tan sólo doy 80, de nada me sirve compararme con otro que da 60 y sentirme mejor que él y satisfecho de mí mismo. Valorándome a la luz del 100 que puedo dar tendría menos motivos de satisfacción.
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