SER DISCÍPULO EN EL SIGLO XXI. LA GRAN HISTORIA DE DIOS. REDENCIÓN 10




He descubierto el siguiente principio de vida: que cuando quiero hacer lo que es correcto, no puedo evitar hacer lo que está mal. Amo la ley de Dios con todo mi corazón, pero hay otro poder dentro de mí que está en guerra con mi mente. Ese poder me esclaviza al pecado que todavía está dentro de mí. ¡Soy un pobre desgraciado! ¿Quién me libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte?  ¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro Señor. Así que ya ven: en mi mente de verdad quiero obedecer la ley de Dios, pero a causa de mi naturaleza pecaminosa, soy esclavo del pecado. (Romanos 7:21-25)

 

La rebelión del ser humano contra Dios no solamente rompió nuestra relación con Él y otros seres humanos, también, como indica con tanta claridad el pasaje, nos rompió internamente; algo que ya he desarrollado en otras entradas. Consecuentemente, la salvación también implica una restauración de nuestra fractura interior.

 

Todos, sin excepción somos seres rotos por el pecado, con profundas heridas emocionales y espirituales. Todos llevamos una mochila que hace que la vida, en muchas ocasiones, se vuelva pesada, complicada, difícil de manejar. Podemos intentar huir del Señor, aislarnos de otros, pero hemos de convivir 24/7 con nosotros mismos, nuestras heridas e incoherencias. No podemos huir de nosotros mismos.

 

La redención que Jesús trae también implica la sanación y restauración de nuestra experiencia humana fracturada. Es un proceso lento y, en muchas ocasiones, doloroso, un proceso que durará toda la vida pero que, si permitimos su trabajo en nuestras vidas, apuntará a que podamos ser el tipo de ser humano que Dios tuvo en mente cuando nos creó y el pecado hizo inviable.

 

¿De qué modo el pecado te ha fracturado interiormente?






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