SER DISCÍPULO EN EL SIGLO XXI: TODO


Poned el corazón en lo que hagáis, como si lo hicierais para el Señor y no para gente mortal. (Colosenses 3:23)

La fotografía ilustra el brindis de un torero. El matador puede hacer un brindis, dedicar su lidia a una persona que desea honrar. El torero avanza hacia esa persona, llega a la barrera, hace un discurso más o menos largo y más o menos convenido, después le entrega su sombrero, la montera. Es un acto muy simbólico, en esencia significa que, a pesar que la plaza de toros puede estar llena con miles de personas, ese toro se torea, única y exclusivamente para aquella persona, los demás son simples espectadores a los que se les permite participar pero no son los destinatarios.

Pablo nos está enseñando un principio clave acerca de cómo debe vivir el discípulo. Este tiene una y principal audiencia, El Señor. Dios es su público, no lo es la sociedad, la gente; ni siquiera el resto de la comunidad cristiana. Consecuentemente, en todo lo que haga, desde lo más sencillo de su vida hasta lo más elaborado, lo debe hacer poniendo todo el corazón, teniendo en mente cuál es su audiencia principal, a quién trata de honrar en primer lugar. 

De este modo, cuando tenemos en mente quién es la audiencia y ponemos en lo que hacemos todo el corazón, la vida cotidiana se puede convertir en un acto constante de adoración, en una ofrenda permanente al Señor. Porque ambas cosas, la adoración y la ofrenda, no dependen de dónde se hacen -el local que llamamos iglesia-, quién lo hace -las personas a tiempo completo-, ni qué día se hace -los domingos-, sino si está puesto el corazón. Porque el corazón de ser discípulo es una cuestión del corazón.

¿Cómo puedes aplicar esto en tu vida cotidiana?

 

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