CUARESMA, DÍA 32
El ser humano ha domado y sigue domando toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos. Sin embargo, es incapaz de domeñar su lengua, que es incontrolable, dañina y está repleta de veneno mor- tal. Con ella bendecimos a nuestro Padre y Señor, y con ella maldecimos a los seres humanos a quienes Dios creó a su propia imagen. De la misma boca salen bendición y maldición. Pero esto no puede ser así, hermanos míos. ¿Acaso en la fuente sale agua dulce y salobre por el mismo caño? Hermanos míos, ¿puede la higuera dar aceitunas o higos la vid? Pues tampoco lo que es salado puede producir agua dulce. —Santiago 3:7-12
Es increíble el tremendo daño que pueden hacer las palabras y, al mismo tiempo, el in- agotable bien que pueden hacer. Es un tema complejo, muy complejo, ya que no se trata únicamente de qué decimos, sino cómo lo decimos, cuándo lo decimos y qué nos motiva a hacerlo. No se trata tan sólo de decir la verdad, se trata también del propósito que nos lleva a decirla.
Nuestras palabras pueden destrozar la autoestima de nuestros hijos, humillar profun- damente a conocidos y desconocidos, provocar un profundo desconsuelo, inseguridad y temor. Del mismo modo, lo que sale de nuestra boca puede traer consuelo, ánimo, tranquilidad, aceptación, amor, reconocimiento, estimulo, afirmación y un largo etcétera.
La invitación cuaresmal sería, si fuera posible, a que grabaras todo aquello que dices durante un día y después poderlo escuchar y evaluar qué es lo que predomina, si la bendición o la maldición, la edificación o la destrucción, el ánimo o la crítica. Aunque no lo hagas si que puedes reflexionar al respecto, escucharte a ti mismo y valorar qué tipo de agua mayoritariamente fluye de tu fuente.
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