GRACIA Y MÁS GRACIA
Y si siendo enemigo, Dios nos reconcilió consigo mediante la muerte de su Hijo, con mayor razón, ya reconciliados, nos liberará y nos hará participar de su vida. (Romanos 5:10)
Dios es un tramposo del cual uno no puede fiarse. De forma constante nos observa con el ceño fruncido y mueca de disgusto ante nuestras inconsistencias, contradicciones y pecados. En mi experiencia eso lleva a algunos a un cansancio ante la imposibilidad de vivir con las expectativas del Señor y, consecuente a abandonar la relación para rebajar la presión y experimentar un mínimo de libertad.
Otros viven bajo la Ley a pesar de haber sido salvados por la gracia. Entendieron esta última como medio de salvación, pero no han sabido integrarla como medio para lidiar con la vida cotidiana. La recepción en la casa del padre -usando la comparación con la parábola- fue buena, el rostro amoroso y cálido de padre nos acogió. Sin embargo, no pasó mucho tiempo cuando nos mostró su verdadera faz, aquella gracia se acabó y tuvimos que volver a la Ley.
Dios no es así, por más que Satanás -el padre de todas las mentiras- y los legalistas lo pretendan. Por eso, es tan importante que consideremos lo que la Palabra enseña sobre la gracia y lo usemos para confrontar a legalistas y Satanás. La gracia es incondicional siempre, siempre, siempre. La gracia se nos otorgó cuando éramos enemigos de Dios. Nada hicimos para merecerla, nada podemos hacer para perderla. Por medio de ella Dios nos acepta, no a pesar de lo que somos, sino con todo lo que somos. La gracia nos da seguridad en nuestra relación con Dios, nada nos podrá separar de ella, dice el apóstol.
En este mismo pasaje, Pablo indica que estamos firmes en la gracia, nada ni nadie nos podrá mover.
¿Salvo por gracia y viviendo por obras?
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