VERGÚENZA
No me avergüenzo del evangelio. (Romanos 1:16)
No hay que confundir vergüenza con bochorno. Esto último es lo que podemos experimentar cuando hacemos algo que está socialmente fuera de lugar. Por ejemplo, estamos en un concierto o en el cine y nuestro teléfono móvil comienza a sonar a toda potencia. Sin excepción, todos los que están a nuestro alrededor nos miran con un tono de desaprobación. Nos sentimos abochornados aunque tal vez usemos la palabra avergonzados.
La vergüenza es algo más profundo. Es la plena conciencia de no ser el tipo de persona que deberíamos ser, que los otros esperan que seamos, y como no estamos a la altura sentimos que no somos dignos, adecuados, correctos. En fin, que algo erróneo debe de haber en nosotros. La vergüenza tiene que ver con lo que soy, no con lo que hago.
Las personas, las familias y las organizaciones (incluidas las iglesias) escondemos cosas que no queremos que se sepan, que nuestro entorno conozca. Consideramos que hay algo incorrecto en ellas, algo que nos puede hacer inaceptables, no válidos ante los demás. Por tanto, es mejor que no se sepa, que no nos relacionen con eso, que no tengamos que experimentar la vergüenza si sale a la luz. ¿Nos pasa eso con el evangelio? ¿Consideramos que somos socialmente inaceptables si abiertamente nos identificamos con él? ¿Consideramos que nos dejará en una situación socialmente precaria -vergonzosa- poder expresar que creemos que es la respuesta del Señor para una humanidad rota?
¿De qué modo tu conducta cotidiana afirma o niega que no te avergüenzas del evangelio?
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