¿Y QUÉ HACEMOS PUES CON EL DOLOR?
Se adelantó unos pasos más y, postrándose en tierra, oró pidiéndole a Dios que, si era posible, pasara de él aquel trance. Decía: — ¡Abba, Padre, todo es posible para ti! Líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. (Marcos 14)
Una de las cosas que nos enseña el pasaje de Jesús en Getsemaní es que el dolor es inevitable. La vida conlleva ambos, dolor -dimensión física- y sufrimiento -dimensión emocional-. Forman parte de la nueva realidad creada por el pecado y nuestro deseo de vivir al margen de Dios. Ya he mencionado anteriormente que los evangélicos carecemos de una teología del dolor, preferimos una de la prosperidad, y, por tanto, no tenemos principios que nos ayuden a manejarlo cuando irrumpe en nuestras vidas que, como ya indiqué, es algo totalmente inevitable.
Los principios son verdades universales, que trascienden las culturas y el tiempo. La Biblia es un libro lleno de los mismos. El reto consiste en aterrizar esos principios en la realidad única y singular de cada ser humano. Yo diría que, debido a eso, un mismo principio no se aplica de la misma manera en dos personas. ¿Cuáles son pues los principios que se derivan de este pasaje?
El primer principio, como ya indiqué, es que el dolor y el sufrimiento son inevitables en la experiencia humana porque forman parte de la misma. Es ilusorio pensar que podremos librarnos de ambos, como también lo es sorprendernos cuando aparecen. Mientras el mundo esté afectado por el pecado siempre los experimentaremos. No será hasta la consumación de los tiempos cuando ambos desaparecerán.
El segundo principio, es que tenemos el derecho de presentarlos ante el Padre. Jesús lo hizo. Es más, pidió que, a ser posible no tuviera que vivirlos y experimentarlos. Entiendo, por tanto, que podemos llevarle al Señor todo aquello que nos produce dolor y sufrimiento y pedirle que nos libre de todo ello.
El tercer principio que se deduce de este pasaje es que nuestra oración reconoce la soberanía de Dios sobre nuestras circunstancias y se somete a la misma. Jesús pidió ser librado, siempre y cuando fuera la voluntad del Padre; El Señor se sometió a la misma sabiendo que, si bien el Padre podía librarlo, no había garantía de que eso iba a suceder. Los planes de Dios no siempre están alineados con los nuestros. Dios puede sanar, pero no siempre lo hace. Puede librarnos de todo tipo de circunstancias, pero no siempre lo lleva a cabo.
El cuarto principio, implícito en este pasaje, es que Dios nos proveerá la asistencia necesaria para poder sobrellevar la situación. Los ángeles vinieron a servir a Jesús. El Padre no ha prometido librarnos de todo dolor y sufrimiento, sin embargo, si ha prometido estar con nosotros en medio del mismo y trabajar nuestro carácter para que Jesús sea formado en nosotros por medio del dolor y el sufrimiento.
¿Cómo puedes aplicar esos principios en tu realidad?
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