ISRAEL/ FRUSTRACIÓN/ NÚMEROS 17
Al día siguiente, la comunidad israelita en pleno volvió a protestar contra Moisés y Aarón. (Números 17:6)
Por extraño que parezca este nuevo episodio de protesta y queja se produce el día siguiente de la rebelión de Coré, Datán y Abirán ¡Tan sólo 24 horas después de una situación crítica y una intervención sobrenatural de parte del Señor! Debo reconocer que me ha sorprendido semejante y actitud y me ha provocado muchas preguntas. ¿Qué pudo mover a una nueva queja contra los líderes? ¿Qué emoción o estado interno puede ser tan poderoso como para provocar una nueva rebelión del pueblo? Lo único que se me ocurre, la única explicación que me parece plausible es la frustración. Esta consiste en privar a alguien de lo que esperaba; dejar sin efecto, malograr un intento. La frustración es una respuesta emocional común a la oposición, relacionada con la ira y la decepción, que surge de la percepción de resistencia al cumplimiento de la voluntad individual. Cuanto mayor es la obstrucción y la voluntad, mayor también será probablemente la frustración. La causa de la frustración puede ser interna o externa.
Así definen los diccionarios la frustración y creo que encaja muy bien con las emociones que experimentaba Israel. La salida de Egipto fue triunfal, las manifestaciones del Señor constantes. Sin embargo, cuando surgieron las dificultades todo aquello se desvaneció y surgió el deseo de volver a Egipto. Cada nuevo reto, en vez de llevar al pueblo a una mayor dependencia provocaba una mayor añoranza del país que les había esclavizado; hasta la propia esclavitud fue idealizada y vista como un estado deseable. El último episodio de frustración vino provocado por la inicial negativa a entrar en la tierra prometida por Dios y la posterior derrota y condena a vagar durante cuarenta años por el desierto. Es estado de ira y decepción era evidente y cuando alguien está frustrado debe canalizar sus emociones de forma destructiva o constructiva. Israel optó por la destructiva. Canalizó su frustración y la ira y decepción que la acompañan hacia sus líderes. Moisés y Aarón se convirtieron en el pararrayos de todas esas emociones que consumían al pueblo por dentro. La frustración acostumbra a buscar un chivo expiatorio, un culpable, alguien contra quien focalizar toda la rabia contenida. Lo encontraron en aquellos dos hermanos que respondieron con intercesión por el pueblo delante del Señor.
Este pasaje, como tantos otros, se ha convertido en un espejo de mi propia realidad y una invitación a considerar de qué manera manejo la frustración en mi propia vida. En sí misma no es mala; forma parte de nuestra respuesta normal ante las situaciones de la vida. El reto consiste en gestionarla de forma positiva y no de forma destructiva como lo hizo Israel. El método no tiene misterios pero exige intencionalidad y persistencia. Consiste, en primer lugar, en el reconocimiento de la frustración; etiquetarla, ponerle nombre y apellidos. En segundo lugar, procesarla con el Señor; llevar a cabo con Él un diálogo saludable acerca de cómo nos sentimos y el porqué nos sentimos así. Con Dios podemos ser tan crudos y honestos como sea necesario; no precisamos ser políticamente correctos. En tercer lugar, escuchar la voz de Dios respecto a la situación que estamos viviendo; permitir que su Espíritu hable a nuestra vida. Finalmente, repetir el proceso tantas veces como sea necesario hasta que nuestra frustración desaparezca. Quien no canaliza la frustración de forma positiva lo hace negativamente y, a menudo, enfocada en otros y produciéndoles daño.
¿Qué situaciones de frustración hay en tu vida que requieren que apliques ese proceso?
Gracias por este mensaje que llega en un momento oportuno a mi vida. Jesucristo les bendiga
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