PRIMERA CARTA DE PABLO A LOS CRISTIANOS DE CORINTO/ EL ESCASO VALOR DE LA PERSUASIÓN/ 2:1-5



Mi predicación y mi mensaje no se apoyaban en una elocuencia inteligente y persuasiva; era el Espíritu con su poder quien os convencía, de modo que vuestra fe no es fruto de la sabiduría humana, sino del poder de Dios. (1 Corintios 2:4-5)


Pablo habla acerca de sus comienzos ministeriales en la ciudad de Corinto y explica cómo procedía. Su confianza no estaba en su gran capacidad y formación intelectual, que las tenía ambas, sino más bien en el poder del Espíritu Santo para cambiar la vida de las personas.

Llevo muchos años en la vida ministerial y estoy total y absolutamente de acuerdo con el apóstol. Recuerdo aquellos días de juventud ya pasados :-( cuando argumentaba y contra argumentaba con mis compañeros en la facultad de filosofía en la que estudiaba en la ciudad de Zaragoza. Horas y horas de debatas que, aunque ganaba la mayoría de ellos, todo sea dicho, nunca consiguieron llevar a nadie al conocimiento de Jesús. Gané pero no convencí.

Con el paso del tiempo fui aprendiendo el poco valor que tiene la argumentación intelectual a la hora de compartir a Jesús. Sin embargo, después de haber hecho esta afirmación me siento en la obligación de explicarme. Me considero una persona bien formada intelectualmente. Mi licenciatura universitaria, dos maestrías -una de ellas en los USA-, estudiando actualmente en la universidad, lector insaciable de libros de ciencia, filosofía, historia y teología. Creo que tengo amplios conocimientos en muchos temas, ahora bien, me veo incapaz de convencer a alguien y mucho menos de cambiar el corazón de nadie.

El tiempo me ha enseñado que es el Espíritu Santo de Dios el único que puede cambiar las vidas de las personas, no yo. Es mi responsabilidad comunicar, dialogar -que no discutir- preguntar, tratar de entender al otro, explicar de la mejor manera posible mis puntos y... dejar los resultados en las manos de Dios. Eso me ha dado una increíble paz y tranquilidad a la hora de compartir de Jesús, ya no siento la responsabilidad de convertir ni convencer a nadie ¡Qué descanso!

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