EL LLANO Y LA MONTAÑA

La primera parte del capítulo 17 narra dos episodios que están relacionados. El primero, es el de la transfiguración de Jesús, el segundo, es la curación de un joven que estaba endemoniado.
En el primero de ellos Santiago, Pedro y Juan tienen la experiencia de ver, aunque sea por unos momentos, a Jesús de forma gloriosa acompañado de Moisés y Elias. Sin duda algo difícil de explicar en palabras humanas, pero sin duda también una experiencia sobrenatural que causa un gran impacto en los discípulos que le dicen a Jesús de construir unas cabañas y quedarse allí para alargar ese momento tan especial.
Sin embargo, Jesús le lleva de nuevo al llano donde les esperan las multitudes, los discípulos y un padre que necesita que su hijo sea liberado de una posesión demoniaca. Los discípulos lo habían intentado y no habían podido, la intervención de Jesús es requerida.
Este pasaje me ha hecho pensar en la tensión natural que muchos creyentes -entre ellos yo- vivimos. Una tensión entre la montaña y el llano.La montaña representa para nosotros el tiempo con Dios, la comunión con otros creyentes, el gozo de estar, hablar y compartir las verdades espirituales. Momentos que, en ocasiones, nos gustaría perpetuar para siempre.
El llano representa la realidad de un mundo lleno de necesidades, dolor y sufrimiento que está allí y reclama nuestra involucración para ministrar, sanar, ayudar, acompañar y curar. Todos vivimos esa tensión, pero Jesús espera que la resolvamos de forma sana. Pasamos tiempo en la montaña -con Dios y otros creyentes- para servir en el llano -a un mundo en necesidad.
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