QUEMAR LA PALABRA DE DIOS


Cada vez que Jehudá leía tres o cuatro columna del royo, el rey hacía un corte con el cortaplumas del canciller y tiraba al brasero la parte ya leída, hasta que todo el rollo acabó en el fuego del brasero. Pero el rey y los ministros que escucharon aquel texto ni se asustaron ni rasgaron sus vestiduras (Jeremías 36:23 y 24)

Este pasaje narra como Joaquín, el rey de Judá, reaccionó cuando escuchó las acusatorias palabras del Señor contra él y el resto del pueblo. Las palabras contenidas en el rollo denunciaban los pecados morales y sociales que tanto el monarca como el resto del pueblo estaban cometiendo. Joaquín, lejos de arrepentirse y aprovechar la oportunidad que Dios le presentaba, destruyó la palabra del Señor y actuó con desprecio y necedad.

La aplicación para mí es clara ¿Hago lo mismo con la palabra de Dios? Es cierto que nunca osaría quemar mi Biblia cada vez que lo que leo me confronta y acusa, sin embargo, puedo quemarla en el sentido figurado cada vez que hago oídos sordos y la desprecio y no la tengo en cuenta.

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