EL DIOS QUE LLAMA Y PROMETE SU PRESENCIA


Se acabó el libro de Deuteronomio y justo comienzo otro bien conocido, Josué. Hoy he leído los tres primeros capítulos, su llamada al liderazgo, los espías enviados a Jericó y el pasó del río Jordán por parte de todo el pueblo.

Lo que ha llamado mi atención ha sido el hecho de que Josué fue llamado por Dios para llevar a cabo la tarea de conquistar y repartir la tierra prometida entre el pueblo y, consecuentemente, el Señor prometió estar con él, acompañarlo y hacer que su autoridad creciera a los ojos del pueblo.

Me he hecho pensar acerca del liderazgo cristiano y la necesidad de estar seguro que aquello que hacemos es realmente lo que Dios espera que hagamos. He visto con mucha frecuencia en organizaciones e iglesias que, en primer lugar, definimos lo que queremos hacer y después buscamos la bendición de Dios sobre ello y esperamos que su presencia nos acompañe. En el caso de Josué el proceso fue el inverso, Dios llamó, dio una tarea o misión que llevar a cabo y después aseguró su presencia.

Este mismo proceso lo he visto a lo largo de los libros del Pentateuco. Dios, por ejemplo, llamó a Abraham, le dio una tarea y le prometió su presencia. El mismo proceso se da en el caso de Moisés, el antecesor de Josué, llamado, comisionado y garantizada la presencia del Señor.

Si esto es un principio acerca de cómo Dios actúa, me hace pensar en la necesidad de pasar mucho más tiempo para discernir en qué dirección el Señor desea que me mueva y asegurarme claramente de ello antes de dar ningún paso. De hecho, el mismo Moisés, en uno de sus diálogos con Dios le dijo que si no iba a estar con él, que no pensaba moverse y dirigir al pueblo.

Quiero aplicar esto en mi vida y en mi ministerio. Pararme, orar, discernir y moverme. Creo que sólo así podemos tener la garantía que el Señor bendecirá nuestros planes.

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