VETE

JUAN 8: 1-11
Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.
Este pasaje narra la historia de una mujer sorprendida en pleno acto de adulterio y llevada ante Jesús en búsqueda de su opinión si debería ser ejecutada a pedradas tal y como indicaba la Ley.
Juan, en su comentario editorial, afirma que todo estaba hecho con la finalidad de tenderle una trampa a Jesús. Si decía que fuera ejecutada lo acusarían de carente de misericordia y duro de corazón. Si, por el contrario, indicaba que fuera perdonada, la acusación sería diferente, transgredir la Ley e instar a otros a desobedecerla.
Juan narra la manera en que procedió el Maestro. Pidió a aquel de entre los presentes que estuviera limpio de pecado que lanzara la primera piedra. El resto es historia. El escritor indica que todos, comenzando por lo más viejos y, por tanto, con más pecados en la conciencia, abandonaron el lugar.
Lo que me ha impresionado profundamente son las palabras dichas por Jesús a aquella mujer, tampoco yo te condeno. Aquella persona era, a todas luces, culpable, merecía ser condenada y recibir lo que la Ley ordenaba en esos supuestos. Sin embargo, Jesús no la trata como merece, es decir, con justicia, sino que la trata como necesita, es decir, con gracia, amor y aceptación.
Así es como nos trata Jesús. Nos presentamos ante Él con nuestra inconsistencia, con nuestros fallos repetidos, con nuestras buenas intenciones y promesas rotas, condenados por los demás y por nosotros mismos y lo que recibimos de parte del Maestro es una palabra no de condenación, sino de absolución. Realmente un bálsamo para el alma y la vida.
Juan, en su comentario editorial, afirma que todo estaba hecho con la finalidad de tenderle una trampa a Jesús. Si decía que fuera ejecutada lo acusarían de carente de misericordia y duro de corazón. Si, por el contrario, indicaba que fuera perdonada, la acusación sería diferente, transgredir la Ley e instar a otros a desobedecerla.
Juan narra la manera en que procedió el Maestro. Pidió a aquel de entre los presentes que estuviera limpio de pecado que lanzara la primera piedra. El resto es historia. El escritor indica que todos, comenzando por lo más viejos y, por tanto, con más pecados en la conciencia, abandonaron el lugar.
Lo que me ha impresionado profundamente son las palabras dichas por Jesús a aquella mujer, tampoco yo te condeno. Aquella persona era, a todas luces, culpable, merecía ser condenada y recibir lo que la Ley ordenaba en esos supuestos. Sin embargo, Jesús no la trata como merece, es decir, con justicia, sino que la trata como necesita, es decir, con gracia, amor y aceptación.
Así es como nos trata Jesús. Nos presentamos ante Él con nuestra inconsistencia, con nuestros fallos repetidos, con nuestras buenas intenciones y promesas rotas, condenados por los demás y por nosotros mismos y lo que recibimos de parte del Maestro es una palabra no de condenación, sino de absolución. Realmente un bálsamo para el alma y la vida.
Un principio
Acércate a Jesús, Él no te condena.
Acércate a Jesús, Él no te condena.
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