OBSESIÓN
Sigo mi lectura de la Biblia, ahora desde Costa Rica, y estoy adentrándome en el libro de Esther. El capítulo 5 narra el ascenso al poder y la gloria Amán, uno de los servidores del rey Asuero. En términos políticos y económicos aquel hombre había conseguido todo a lo que se podía aspirar. Sin embargo, había algo que le amargaba la vida, Mardoqueo, un simple funcionario de segunda clase en el palacio real, se negaba a arrodillarse y postrarse ante él cuando lo veía. Era el único hombre en Susa, la capital del imperio Persa que tenía el valor y el coraje de pasar olímpicamente de él y no reconocerlo en público.
El texto indica que aquello llegó a producir en Amán una auténtica obsesión, en el versículo 12 Amán dice de sí mismo, Además soy el único a quien la reina Esther ha invitado al banquete que hoy ofreció al rey; y me ha invitado al banquete que le ofrecerá mañana. Sin embargo, mientras yo vea a ese judío Mardoqueo sentado a la puerta del palacio real todo eso no significa nada para mí.
Me ha hecho pensar en el increíble poder de la obsesión. Cuando mi pensamiento se fija en algo de manera enfermiza y no tengo la capacidad de ver nada más. Cuando algo, normalmente una carencia, algo no logrado, algo fuera de nuestro control, llega a llenar de tal manera nuestra mente que nos produce desasosiego y la incapacidad de gozar, disfrutar y valorar todo lo otro que tenemos a nuestro alrededor y a nuestra disposición.
Pienso en el Salmo 103 que me invita a dar gracias a Dios por todo lo que tengo y no olvidar ninguno de sus beneficios. Me parece que eso, recordar todo lo bueno que recibimos del Señor, es un buen antídoto para la obsesión.
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