SER DISCÍPULO EN EL SIGLO XXI. LA GRAN HISTORIA DE DIOS. REDENCIÓN 3

 


En cuanto a vosotros, no habéis recibido un Espíritu que os convierta en esclavos, de nuevo bajo el régimen del miedo. Habéis recibido un Espíritu que os convierte en hijos y que nos permite exclamar: “¡Abba!”, es decir, “¡Padre!” .Y ese mismo Espíritu es el que, uniéndose al nuestro, da testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que ahora compartimos sus sufrimientos para compartir también su gloria. (Romanos 8:16-18)

La restauración de la relación con Dios nos ofrece una nueva identidad, la de hijos suyos. Va más allá de simplemente permitirnos estar en paz con el Señor. Podríamos estarlo pero en libertad vigilada o condicional. Con nuestro pasado siempre presente y siéndonos recordado una y otra vez. 

El hijo de la parábola era muy consciente que aquello que había hecho le privaba del derecho de, si regresaba a la casa del padre, ser tratado como hijo. Aspiraba como máximo a ser un jornalero, alguien que pudiera tener techo y comida pero, ni de lejos, ser aceptado nuevamente como hijo y heredero. Todos sabemos que las expectativas del hijo fueron superadas por el amor y la gracia del padre que le otorgó de nuevo su identidad como hijo.

Pablo nos dice que eso mismo es lo que nosotros hemos recibido, una nueva identidad como hijos del mismísimo Dios y, consecuentemente, hermanos con Cristo y herederos juntamente con Él.  La relación que se rompió en Génesis ha sido restaurada y una nueva identidad nos ha sido concedida.

¿Refleja tu relación con Dios el hecho de que Él es tu papá? ¿Cómo puede afectar esto a tu vida cotidiana?

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