SER DISCÍPULO EN EL SIGLO XXI: EN PROCESO

 


No quiero decir que haya logrado ya ese ideal o conseguido la perfección, pero me esfuerzo en conquistar aquello para lo que yo mismo he sido conquistado por Cristo Jesús.  Y no me hago la ilusión, hermanos, de haberlo ya conseguido; pero eso sí, olvido lo que he dejado atrás y me lanzo hacia adelante en busca de la meta, trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde lo alto. (Filipenses 3:12-14)

El apóstol Juan afirmaba que todavía no somos lo que hemos de ser, ese hombre nuevo que al reflejar la imagen de Jesús se convierte en la mejor versión posible de nosotros mismos. Pablo enfatiza que somos personas en proceso, en construcción, en desarrollo constante y continuado hacia esa meta de ser semejantes a Él. 

En su carta a los seguidores de Jesús que se reunían en la antigua ciudad de Filipos, nos indica que lo importante en la vida del discípulo no es la perfección, sino el progreso. La perfección es una trampa. Plantea las cosas en términos de. todo o nada, de blanco o negro. La perfección se centra, lamentablemente, en aquello que falta y no en lo que se ha logrado. La perfección siempre ve el vaso medio vacío. La perfección genera desánimo, frustración y desaliento. Muchos, han dejado la fe al verse presionados por un ideal de perfección que, como ya hemos visto, Dios no espera que alcancemos durante nuestro periplo terrestre. 

El propio Pablo nos indica que, todo y su madurez, no lo ha alcanzado ya, que no es, ni mucho menos perfecto. Sin embargo, afirma que se centra en el progreso, en poder mirar hacia atrás y poderlo reconocer, observar y constatar. La vida del discípulo debería, pues, caracterizarse por el proceso de que Jesús se vaya formando día a día, año a año en nuestras vidas.

¿Cómo puede ayudarte centrarte en el proceso y no en la perfección?

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