A FUEGO
Tú, Dios, nos pusiste a prueba, purificándonos como la plata. (Salmo 66:10)
Pienso que hay que saber leer bien el versículo. Hay muchas personas que generan resentimiento hacia Dios porque creen, equivocadamente en mi humilde opinión, que Él va metiéndoles en situaciones difíciles -similares al caso de Abraham- para ver cómo responden y, que de alguna manera, disfruta con nuestro dolor y sufrimiento o, al menos, es indiferente al mismo.
Cuando uno lo piensa bien se da cuenta que la inmensa, si no la totalidad, de nuestras pruebas son consecuencias naturales de vivir en un mundo caído y afectado por el pecado. Sufrimos como consecuencia de nuestro pecado o del de otros en un universo que es libre y que funciona en abierta rebelión contra Dios y su autoridad.
Pero las pruebas, sea cual sea el origen de ellas, pueden ser usadas por Dios para desarrollar en nosotros el carácter de su hijo Jesús. Las dificultades de la vida, sea con las circunstancias o sea con la interacción con otras personas, sacan a la luz aspectos de nuestro carácter que necesitan ser cambiados y que el Señor desea cambiar. Sin pruebas, sea cual sea el origen de ellas, no hay purificación. Desde la antigüedad se ha usado el fuego para eliminar las impurezas y hacer que los metales sean más nobles.
Las pruebas, sea cual sea el origen de ellas, son inevitables; que tengan o no un efecto purificador y nos ayuden a crecer y madurar en Cristo, dependerá de cómo las percibamos y como las gestionemos. Mi sugerencia es, ya que son inevitables, darles la bienvenida y preguntarnos qué es lo que el Señor desea hacer en nuestras vidas por medio de ellas, qué áreas desea trabajar, modificar, formar. De lo contrario, sufriremos y ese sufrimiento habrá sido en vano.
¿Qué pruebas estás pasando en tu vida? ¿Cómo quiere utilizarlas Dios?
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