SED



Todo el que bebe de este agua volverá a tener sed; en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed sino que ese agua se convertirá en su interior en un manantial capaz de dar vida eterna. (Juan 4:13-14)

Estas fueron las palabras que Jesús le dirigió a la mujer de Samaria junto al pozo. En un principio la samaritana confundió los términos de la conversación y se centró en lo aparente: el agua y la sed física. Amorosamente Jesús fue reconduciendo la plática hacia lo realmente importante, la sed de sentido, propósito y significado que anida en el corazón de todo ser humano. Una lectura completa del capítulo 4 nos mostrará que aquella mujer buscó en la relación con los hombres el amor, la ternura, la acogida, el cariño, la protección que precisaba. Yendo de relación en relación trató de calmar una sed que sólo se apagaba de forma temporal y después resurgía con mayor ímpetu y sentido de vacío.

Como aquella mujer todo ser humano tiene una sed de propósito, sentido y significado. No conozco a nadie que no desee ser feliz y no persiga aquello que considere, equivocadamente o no, que se la podrá proporcionar. Buscamos experiencias, relaciones, posesiones que satisfagan esa sed. Si Jesús está en lo cierto -y creo que la experiencia personal de cada uno lo confirma- esa satisfacción siempre es temporal. Lo es porque únicamente Dios puede satisfacer de forma permanente esa sed; tan solo Él puede llenar esa aspiración a la eternidad que todo ser humano tiene. 


¿Cómo andas de sed? ¿En qué fuentes estás bebiendo?

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