JESUS, SEÑOR DE TODO



¿Quién es este, que da órdenes a los vientos y al agua y le obedecen? (Lucas 8:26)

Leo el capítulo ocho del evangelio de Lucas y veo una sucesión de milagros llevados a cabo por Jesús. Algo me llama la atención y me doy cuenta que hay un patrón común o, al menos, eso pretendo ver. El Maestro con todo ello demuestra su poder sobre diferentes ámbitos de la creación. En el primer episodio las fuerzas de la naturaleza le obedecen y una tormenta que está a punto de hacer perecer a los discípulos se calma. Jesús y su banda tocan tierra y un endemoniado, poseído por un número grande de espíritus, sale a su encuentro y es liberado. Del mismo modo que las fuerzas físicas se rinden ante su autoridad lo hacen las fuerzas espirituales. De vuelta al lado judío del lago es recibido con alegría por la multitud. Sin embargo, un hombre angustiado sale a su encuentro. Su única hija, de doce años de edad, está gravemente enferma y le pide al Maestro que vaya para sanarla. Él se pone en camino con ese propósito.

Durante la travesía un episodio inesperado y no planeado por Jesús tiene lugar. Una mujer que padece hemorragias permanentes se aproxima al Maestro. Su situación física y espiritual es mala. La enfermedad la había arruinado económicamente pero también, por su naturaleza, la hacia ser impura espiritualmente e imposibilitada para participar en la vida religiosa de Israel. De hecho esa mujer no debería de acercarse a Jesús ni estar con la multitud. Pero consigue tocar al Señor y automáticamente resulta sanada. El Maestro demuestra su poder y autoridad sobre la enfermedad. Pasado ese incidente se recibe aviso que Su presencia ya no es necesaria, la hija del principal de la sinagoga ha muerto. Con su resurrección se demuestra que el Hijo de Dios tiene también total y absoluto poder sobre la muerte. Los elementos físicos, espirituales, el dolor, la enfermedad y la muerte tienen que someterse a su autoridad y responder ante Él en obediencia. 

No me extraña la pregunta que se hicieron a sí mismos los discípulos: "¿Quién es este?". Pregunta que se complementa con aquella otra que Jesús les hizo a ellos: "Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?". Pienso que estas dos preguntas nos confrontan a todos los que nos consideramos sus seguidores. Creo que pueden ser respondidas a dos niveles. Uno puramente intelectual, muy superficial, que sólo nos implica estar de acuerdo, asentir a una determinada información o concepto. En este nivel se puede responder de forma correcta y, al mismo tiempo, vivir sin la más mínima implicación en la dimensión cotidiana. Otro, más profundo, el del corazón, donde la respuesta a la pregunta tiene implicaciones en cómo vivimos, cómo afrontamos la vida, cómo respondemos ante el dolor, la muerte, la enfermedad y todas las situaciones de la vida que nos sobrepasan y parecen anegarnos física, mental, espiritual, emocional o económicamente. 


¿Quién dices tú que es Él y qué implicaciones tiene para tu vida cotidiana?

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