CUARESMA DÍA 32
7 El ser humano ha domado y sigue domando toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos. 8 Sin embargo, es incapaz de domeñar su lengua, que es incontrolable, dañina y está repleta de veneno mortal. 9 Con ella bendecimos a nuestro Padre y Señor, y con ella maldecimos a los seres humanos a quienes Dios creó a su propia imagen. 10 De la misma boca salen bendición y maldición. Pero esto no puede ser así, hermanos míos. 11 ¿Acaso en la fuente sale agua dulce y salobre por el mismo caño? 12 Hermanos míos, ¿puede la higuera dar aceitunas o higos la vid? Pues tampoco lo que es salado puede producir agua dulce. (Santiago 3:7-12)
Es increíble el tremendo daño que pueden hacer las palabras y, al mismo tiempo, el inagotable bien que pueden hacer. Es un tema complejo, muy complejo, ya que no se trata únicamente de qué decimos, sino cómo lo decimos, cuándo lo decimos y qué nos motiva a hacerlo. No se trata tan sólo de decir la verdad, se trata también del propósito que no lleva a decirla.
Nuestras palabras pueden destrozar la autoestima de nuestros hijos, humillar profundamente a conocidos y desconocidos, provocar un profundo desconsuelo, inseguridad y temor. Del mismo modo, lo que sale de nuestra boca puede traer consuelo, ánimo, tranquilidad, aceptación, amor, reconocimiento, estimulo, afirmación y un largo etcétera.
La invitación pascual sería, si fuera posible, a grabar todo aquello que decimos durante un día dado y después poderlo escuchar y evaluar qué es lo que predomina, si predomina la bendición o la maldición, la edificación o la destrucción, el ánimo o la crítica.
Aunque no lo hagamos si que podemos reflexionar al respecto, escucharnos a nosotros mismos y ver qué tipo de agua mayoritariamente fluye de nuestra fuente.
¡Hay mucha víbora por ahí suelta!
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