NÚMEROS PARTE I/ LA GENERACIÓN DEL DESIERTO/ CAPÍTULO 12/ 1


Entonces María y Aarón criticaron * a Moisés porque se había casado con una mujer cusita. Decían: — ¿Ha hablado el Señor solamente a través de Moisés? ¿No ha hablado también por medio de nosotros? Y el Señor lo oyó. Moisés era un hombre muy manso; no había sobre la tierra otro más manso que él. (NÚMEROS 12:1-3 BHTI)

Moisés es definido como un hombre manso, de hecho, como el más manso de todos los que existían sobre la tierra. Mansedumbre deriva de la palabra griega praus que se utilizaba para describir a un caballo joven y salvaje que había sido domado. Tal vez, por eso, en la antigüedad greco-romana la mansedumbre no era considerada una virtud y se la confundía con ser pusilánime y pobre de espíritu.

Sin embargo, detrás de la idea de un caballo domado, si lo miramos bien, radica la idea de una enorme fuerza y voluntad puesta bajo control. El manso no es el pobre de carácter, no es el débil, no es el carente de fuerza, sino aquel que ha puesto su fuerza y su carácter bajo el control, el dominio y la autoridad de Dios. 

Moisés era un líder de tremendo carácter, se enfrentó repetidamente a Faraón, orquestó las plagas de Egipto, fue usado por Dios para abrir el Mar Rojo y guiar a un pueblo díscolo a través del desierto hasta las mismas puertas de la tierra prometida, sin embargo, al mismo tiempo era un hombre que había sometido toda su fuerza, su carácter, su temperamento a la voluntad de Dios y tal vez, sólo tal vez, esa fue la razón por la cual en ocasiones fue percibido como débil y tuvo que afrontar rebeliones, críticas, enfrentamientos y cuestionamientos de su liderazgo incluso por parte de su propia familia como reflejan estos versículos.

Hubo otro, Jesús, que también se definió a sí mismo como manso y humilde de corazón.




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