DIOS Y JOB


Después de los discursos de Elihú en defensa de Dios, el Señor toma la decisión de entrar en escena. Los capítulos 38 y siguientes narran el diálogo entre Dios y Job. De entrada, para mí, lo más sorprendente es que el Señor no contesta ninguna de las preguntas que le habían sido hechas.

De algún modo, uno esperaría que Dios explicara al pobre Job la razón y el sentido de todo lo que estaba sucediendo y le diera la perspectiva correcta de las cosas. No sucede de este modo. El Señor interpela a Job, al menos en los capítulos 38, 39 y 40, que son los que he leído hasta ahora, con una interminable serie de preguntas acerca de lo que en aquel tiempo eran los misterios de la naturaleza y hoy en día ya no lo son tanto.

Job debió quedar abrumado ante tanto misterio para el que no tenía ningún tipo de respuesta que tuviera lógica, sentido o coherencia.

Me hace pensar en el Dios misterioso, el que se mueve más allá de nuestra capacidad de comprenderlo, delimitarlo, definirlo, sistematizarlo y encasillarlo. Nuestra lógica -creo que es lo que pretenden enseñarnos estos capítulos- es demasiado limitada y simple para poder comprender a Dios. Ante Él, sólo resta la humildad.

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