EL HIJO DE DAVID
Acerca de su hijo, descendiente, en cuanto hombre de David (Romanos 1:3)
Todos hemos tenido en alguna ocasión la triste o desagradable experiencia de no sentirnos entendidos por otros. Nuestro interlocutor puede ser que lo intente, incluso que le ponga su mejor intención. Pero, lamentablemente, no ha estado en nuestros zapatos, no puede, por más que incluso lo afirme, entender lo que hemos o estamos viviendo.
Por eso en el cristianismo la encarnación es tan importante, tan decisiva. Porque ¿qué sentido tendría la relación con un Dios que no tiene ni idea de la experiencia humana? Una deidad lejana, cósmica, viendo las cosas desde la distancia, pero carente de la capacidad, más allá de la pura teoría, de entender la realidad de esos seres que ha creado.
Pero el Dios de las Escrituras no es así. El Nuevo Testamento insiste una y otra vez en la completa y plena humanidad de Jesús. Nos indica que ha tomado la iniciativa de habitar entre nosotros pero, lo que es más importante, como uno de nosotros, sometido a todas las realidades y limitaciones de la experiencia humana. Incluida la muerte.
Por eso, como afirma en varias ocasiones el libro de los Hebreos, Jesús puede entender y empatizar con nuestra experiencia humana. Ha estado en nuestros zapatos, sabe lo que es ser un ser humano. Consecuentemente, como indica el libro que acabo de mencionar, podemos ir ante Él con confianza.
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