VENTILAR (SALMO 142)

 



A voz en grito invoco al Señor, a voz en grito al Señor ruego. Ante Él desahogo mi pesar, ante Él proclamo mi angustia. (Salmo 142:1-2)


Hemos de dar muchas gracias a Dios por colocar los salmos en la Biblia. Por la crudeza con que muchos de ellos están escritos, porque dan voz a nuestros sentimientos más profundos delante del dolor y la aflicción, porque validan el sentirnos desesperados, confusos y angustiados con la vida y lo que esta nos trae.

Aceptar de manera resignada y callada el dolor no creo que sea una actitud cristiana. Es más bien una actitud estoica, una corriente de pensamiento greco-romana que invitaba a las personas a aceptar la vida tal y como es, sin apegos a lo que queremos y amamos. Aceptamos el dolor, la enfermedad y la muerte y le damos la bienvenida, sin quejarnos; antes al contrario con una fortaleza de carácter que nos permite sobrellevar esos trances.

El salmista no parece nada estoico en su manera de gestionar el sufrimiento. Tampoco lo parece Elias, ni siquiera Jesús muestra una actitud estoica ante el dolor que está experimentando y el que le sobrevendrá en la cruz. Incluso una vez clavado en el madero exclama a voz en cuello, no en la intimidad de su corazón, que se siente abandonado por Dios. Ni el salmista, ni Job -aunque si sus amigos- ni Elias, fueron reprendidos por expresar lo que sentían.

A lo que el salmista y otros personajes bíblicos hacen yo le llamo ventilar, es decir, dar salida a nuestras emociones con aquel que nos ama y acepta incondicionalmente y que las aceptará sin juzgarnos ni rechazarnos. Lo que no se ventila queda dentro y lo que queda dentro se pudre y acaba contaminando nuestro corazón, nuestra vida entera. Tal vez por eso el anónimo escritor de Hebreos indica que no permitamos que ninguna raíz de amargura crezca en nosotros.

No desenvaines la espada para defender a Dios. Quejarse no significa no aceptar la voluntad soberana del Padre. Tampoco no creer que Dios puede usar ese dolor y sufrimiento para formar a Jesús en nosotros. Quejarse es ejercer nuestro derecho a ser humanos como Jesús nos enseño.

¿Qué quejas debes ventilar ante el Señor?

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