JACOB/ VENCER A DIOS/ GÉNESIS 32
Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido. (Génesis 32:29)
Me siento identificado con Jacob que precisa estar a solas consigo mismo, ordenar sus pensamientos al reflexionar sobre la situación en la que se encuentra. Lo hace después de haberle verbalizado al Señor sus sentimientos, su miedo y angustia. Es en este contexto cuando se produce la lucha con el ángel, otro de esos episodios extraños y misteriosos que aparecen en las Escrituras. Lo cierto es que ese encuentro, esa lucha que duró toda la noche, tuvo una gran transcendencia para Jacob. Eso queda reflejado en el cambio de su nombre. Ya ha sucedido en otras ocasiones, Abrahán y Sara también vieron sus nombres cambiados como consecuencias de encuentros transformadores con Dios. El nombre Jacob, que significa: "usurpador o engañador" es cambiado por el Israel, que significa: "has luchado contra los hombres y contra Dios y has vencido".
Mirar a esta experiencia de Jacob me lleva a una interpretación que supongo es poco convencional. Creo que todos nosotros, en varias situaciones y etapas de nuestras vidas luchamos con Dios y que, en ocasiones, ganamos nosotros y en otra resulta Él vencedor. Nuestra lucha no es del tipo de la de Jacob aunque el resultado puede ser el mismo. En ocasiones Dios "sale a nuestro encuentro" con la exigencia de que algo cambie en nuestra vida. Puede ser conductas, actitudes, motivaciones, valores, relaciones, visiones de la vida, en fin, cualquier cosa que considere necesario para que Jesús sea formado en nuestras vidas. Es entonces cuando se produce "la lucha". El estira y afloja, la resistencia a experimentar el dolor o el sentido de pérdida que puede suponer lo que el Señor exige. Afirmo que en ocasiones ganamos nosotros porque nos negamos a llevar a cabo aquello que Él pide, lo que nos urge a llevar a cabo. Justificamos, sublimamos o negamos. Cualquier cosa es válida con tal de no cambiar. En ese sentido Dios sale derrotado.
Pero el Señor sale victorioso cuando aceptamos -no sin lucha la mayoría de las veces- su opinión, su petición, su demanda sobre nuestras vidas. Lo curioso es que nuestras victorias sobre Dios constituyen auténticas derrotas porque Jesús deja de ser formado en nosotros. Contrariamente, nuestras aparentes derrotas se convierten, al fin y al cabo, en victorias ya que permiten el desarrollo del carácter del Maestro en nosotros.
¿Luchando con Dios? ¿Qué tienes a ganar y qué tienes a perder?
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