JESÚS/ LA DESTRUCCIÓN DE LAS COSAS QUE AMAMOS/ MATEO 24:1-2



Jesús salió del Templo, y cuando ya se iba, sus discípulos se acercaron a él para hacerle admirar las construcciones del Templo.  Pero él les dijo: — ¿Veis todo esto? Pues os aseguro que aquí no va a quedar piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido! (Mateo 24:1-2)

El capítulo 24 del evangelio de Mateo es difícil en su lectura e interpretación porque, como muy bien han señalado los estudiosos bíblicos, se entremezclan diferentes temas que para su correcta comprensión han de ser separados por partes.
La primera de estas partes hace referencia a la destrucción de Jerusalén y su templo en el año 70 de nuestra era por las fuerzas romanas al mando del general Tito. La columna conmemorativa erigida en Roma muestra el candelabro de los siete brazos que formaba parte del botín producto del saqueo del templo. Todo aquello que producía tanta satisfacción, orgullo y gozo al pueblo judío, su templo, centro de todo el sistema religioso, quedó reducido a escombros.
Al leerlo me ha hecho pensar en mi querida cultura evangélica, cultura en la que nací, a la que sirvo y sin la cual sería difícil poderme entender como persona. He pensado, con cierta tristeza, que del mismo modo que el templo pasó nuestra cultura y todo lo que la misma ha generado, denominaciones, seminarios, organizaciones, estructuras, librerías, editoriales y otras instituciones pueden pasar y de ellas, aunque no literalmente, no quedar piedra sobre piedra. 
Porque todo eso nació con un propósito, la edificación del Reino de Dios, y cuando las instituciones pierden de vista que son únicamente medios para la consecución de un fin, pierden al mismo tiempo su razón de ser, se fosilizan y comienzan un proceso de decadencia irreversible, proceso que en algunos lugares, como Europa Occidental o los Estados Unidos de América, son evidentes, pero que en los países de habla hispana de mi querida América comienzan a darse, en muchos casos, ante la ceguera, la satisfacción y la autocomplacencia de muchos líderes incapaces de ver el futuro que se avecina.
No soy para nada nostálgico y pienso que todas las instituciones -incluidas iglesias locales y denominaciones- son medio para conseguir un fin. Pienso que todas ellas, como cualquier ser vivo, tienen su tiempo útil y después mueren y desaparecen, sin embargo, el Reino continua porque nada ni nadie lo podrá parar y, como dice el apóstol, un día todo el universo reconocerá que Jesús es el Señor para gloria de Dios el Padre.
Creo que en mi vida veré desaparecer muchas cosas estimadas, pero también veré avanzar el Reino.

¿Qué paralelismo, si alguno, puedes ver entre el fin del templo y el fin de nuestra cultura evangélica? ¿Qué nos puede enseñar Dios por medio de esto?



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