CARTA DE PABLO A LOS CRISTIANOS DE ROMA/ PRUEBA CLÍNICA/ ROMANOS 7:7-13
7 ¿Querrá todo esto decir que la ley es pecado? ¡De ningún modo! Claro que, sin la ley, yo no habría experimentado el pecado. Por ejemplo, yo ignoraba lo que es tener malos deseos, hasta que vino la ley y dijo: No tengas malos deseos. 8 Fue el pecado el que, aprovechando la ocasión que le proporcionaba el mandamiento, despertó en mí toda clase de malos deseos; sin la ley, pues, el pecado sería ineficaz. (Romanos 7:7 y 8)
Hay procesos internos que pasarían totalmente inadvertidos a menos que algo provocara que salieran a la superficie. Hay rasgos destructivos o negativos de nuestro carácter que nunca seríamos conscientes de ellos si no hubiera circunstancias, realidades e incluso personas que actúan como detonantes y los hacen visibles. Hay enfermedades que nunca serían detectadas hasta que el desarrollo de las mismas estuviera en un estadio demasiado avanzado e irreversible si no hubieran pruebas médicas que las diagnosticaran.
Esto es lo que viene a decir Pablo con respecto a la Ley y el pecado. Si no existiera la Ley no tendríamos conciencia de tener un problema interno destructivo que se llama pecado. La Ley, como un análisis clínico, no provoca absolutamente nada, simplemente saca a la superficie lo que existe y, consecuentemente, nos permite diagnosticarlo y, si no somos estúpidos, afrontarlo y trabajarlo.
El pecado sólo produce muerte -en su sentido más amplio de corrupción, degradación, decadencia- ¡Demos gracias a la Ley que nos permite ser conscientes del mismo y, por tanto, acercarnos al Señor para ser curados! No hay que culpar a la Ley, hay que estar agradecidos de que nos haga conscientes de nuestra propia realidad.
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