ENCUENTROS CON JESÚS: LA VIEJITA

 



Cuando Simeón terminó de hablar, Ana se acercó y comenzó a alabar a Dios, y a hablar acerca del niño Jesús a todos los que esperaban que Dios liberara a Israel. (Lucas 2:38)


Ana era otra de las silenciosas de la tierra. ¡Cómo debió de sentirse cuando a sus 84 años -una edad excepcionalmente longeva para la época- tuvo la oportunidad de encontrarse con el Mesías. Una mujer viuda desde hacia décadas, sin ningún rol, ni importante ni carente de importancia en la estructura religiosa de Israel. Qué manía la del Señor de dar a conocer a su Hijo a gente ordinaria y a extranjeros. Que pertinaz actuando al margen de los canales oficiales de la religiosidad estructurada.

Pero, ¡Cuánto! podemos aprender de Ana. Primero, su espiritualidad. Los versículos que dan contexto al texto escogido nos hablan de una vida dedicada a la oración y al ayuno, que es descrita como una ministración al Señor. Segundo, una persona con discernimiento espiritual, capaz de reconocer al Mesías en un niño de pecho, de tan solo unos días de edad. Sin duda, un discernimiento que proviene y es fruto de esa relación íntima con Dios. Tercero, una viejita que da testimonio a todo aquel que quiera oír acerca del Mesías enviado por el Señor.

Ana, la viejita, a quien probablemente nadie hacía demasiado caso en el templo ya que no era ni sacerdote ni levita ni portero, es un desafío para mi vida. Me desafía su espiritualidad. Lo hace su discernimiento ¡Para mí lo quisiera!. Lo hace también sus ganas de dar testimonio. Porque aquel que se encuentra con Jesús no puede seguir igual.


¿Cuánto de Ana hay en ti?




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