LOT / HOSPITALIDAD/ GÉNESIS 19



Al caer la tarde los dos mensajeros llegaron a Sodoma. Lot estaba sentado a la puerta de la ciudad. Al verlos se levantó para recibirlos, e inclinándose hasta el suelo,  les dijo: — Por favor, señores míos, venid a casa de vuestro siervo, para que paséis en ella la noche y os lavéis los pies. Mañana por la mañana podréis continuar vuestro camino. Pero ellos respondieron:— No; pasaremos la noche en la plaza. Pero Lot insistió tanto que se fueron con él y entraron en su casa. Les preparó comida, coció panes sin levadura y ellos comieron. (Génesis 19:1-3)

No puedo afirmar que, como se dice popularmente, Lot sea un santo de mi devoción. Es un personaje que, de entrada, no me resulta simpático y tengo que hacer un esfuerzo para no estar predispuesto contra él. Su elección de Sodoma como lugar donde establecerse y los criterios que utilizó para decidir no me gustan. Sin embargo, aquí Lot actúa de la forma correcta, practicando la hospitalidad, la misma que había practicado hacía unas horas su tío Abrahán y con las mismas personas.
La hospitalidad era un deber sagrado entre los pueblos del Oriente Medio en aquellos días y, a pesar de lo convulso de la situación política, sigue siendo una práctica general incluso hoy en día. Dar la bienvenida a los extraños en la casa propia y ofrecerles comida, techo y protección eran los componentes claves en la práctica de la hospitalidad, y eso mismo fue lo que hizo Lot con unas personas que desconocía y que ignoraba su carácter espiritual. En esto Lot actuó de forma correcta y estuvo dispuesto, como muestra el resto del pasaje, a llevar su deber de hospitalidad hasta extremos que para nosotros resultan impensables totalmente.
El Nuevo Testamento, una y otra vez, invita a los seguidores de Jesús a la práctica de este deber sagrado. El Maestro fue bendecido por la hospitalidad de conocidos y extraños, los apóstoles se beneficiaron de ella y, a lo largo de la historia de la fe cristiana, ha sido una práctica que muchos han cultivado y desarrollado. Además, la hospitalidad cristiana siempre ha sido entendida en un sentido amplio, integral, haciéndose cargo de las necesidades totales de ser humano, las físicas, sin duda, pero también las emocionales, intelectuales y espirituales. Hay pues un doble sentido de la hospitalidad, el literal, proveer techo y alimento y el amplio, acoger al necesitado emocional, social, espiritual o intelectualmente. Henry Nouwen, el escritor cristiano, afirmaba por ejemplo que la escucha atenta del otro es una forma de hospitalidad.
Sin embargo, hoy en día el extraño no es bienvenido. En el peor de los casos es visto como una amenaza, en el mejor como un factor de distorsión en nuestra vida y precioso equilibrio pues nos exige tiempo y dedicación. No nos abrimos a él, más bien nos protegemos de él, somos celosos con nuestra intimidad, nuestro espacio, nuestro tiempo y nuestros recursos y, consecuentemente, no sólo privamos al prójimo de ser bendecido por aquellos que, precisamente, hemos sido llamados a ello, sino que además nos perdemos la oportunidad de ser bendecidos nosotros mismos pues, como nos enseña la Escritura, a quien recibimos es a Jesús mismo.

¿Qué ves en tu propia vida cuando te reflejas en el espejo de Lot?

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