NO SE SUBAN LOS HUMOS A LA CABEZA

 



Precisamente para que no se me suban los humos a la cabeza, tengo una espina clavada en mi carne: se trata de un mensajero de Satanás que me da de bofetadas para que no me ensoberbezca. (2 Corintios 12:7)

¿A qué se refería Pablo? Algunos comentaristas indican que podría tratarse de una cierta enfermedad o defecto físico que le limitaba en su capacidad o afeaba en su aspecto. Pablo habla de ello en el contexto de que ha recibido visiones y ha experimentado realidades espirituales tan sublimes que es fácil mirar a los demás con desdén, desprecio y superioridad moral y espiritual. Según el apóstol, fuera cual fuera la espina que tenía clavada, esta tenía como finalidad bajarle los humos, hacerle consciente de su fragilidad, llevarle a experimentar la gracia incondicional de Dios en su vida.

En mi humilde opinión, y volviendo nuevamente al contexto, se trataba de una situación de pecado en la vida del apóstol. Algo con lo que luchaba y no podía deshacerse de ello. Algo recurrente que en los momentos más inoportunos le recordaba su fragilidad, vulnerabilidad, en definitiva, su humanidad. Porque si piensas que el pecado estaba ausente en la vida del apóstol eres un iluso.

Aterricémoslo. Todos tenemos áreas recurrentes de pecado en nuestras vidas (si no es tu caso ¡Felicidades! me gustaría conocerte porque serías el primero). No me voy a extender más al respecto, simplemente mira en tu interior. Solo me gustaría afirmar que tienen una finalidad: evitar que tu espiritualidad te lleve a despreciar a otros, a sentirte superior, a ponerte en tu lugar, a enfrentarte con tu realidad de miseria y vulnerabilidad. Porque, de no existir, tal vez no habría quién nos aguantara. ¿Refleja esto tu realidad?

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