LOS APÓSTOLES SE ENCUENTRAN CON EL JESÚS RESUCITADO

 



Los once discípulos fueron, pues, a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Allí encontraron a Jesús y le adoraron, aunque algunos todavía dudaban. Jesús se acercó y les dijo: — Dios me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a los habitantes de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he man- dado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. (Mateo 28:16-20) 

Nuestra relación con Jesús el Maestro está, con toda probabilidad, caracterizada por los mismos ingre- dientes que hemos observado en el encuentro de los discípulos con Él. Hay, sin duda, un reconocimiento de Jesús como nuestro Dios, Señor y Salvador personal. La comprensión de quién es Jesús y lo que ha hecho por nosotros nos lleva, o nos debe llevar, a una actitud de adoración.

Pero también hay ocasiones en que nuestra experiencia está marcada por la duda. La duda puede apa- recer de muchas maneras y motivada por muchas razones diferentes. En ocasiones, viene por el agobio y la presión de una realidad que no sabemos cómo afrontar y superar. Otras veces, se produce por nues- tra incapacidad de visualizar cómo Dios puede trabajar en determinadas situaciones y, esta incapacidad, produce en nosotros una duda acerca de Él y su carácter. Aun en otras, la duda surge cuando confiar

en las promesas y los consejos de Jesús parece una actitud demasiado arriesgada, contra toda razón y sentido común, incluso suicida en ocasiones.

Nuestra relación con Jesús está también caracterizada por la comisión recibida. Su salvación no tiene únicamente como propósito librarnos de infierno. Jesús nos salva y nos convierte en sus colaboradores en el proceso de restaurar el mundo siguiendo las líneas de lo que Dios había planeado y el pecado im- pidió que fuera posible. Seguimos siendo responsables de la tarea de llevar el mensaje y hacer discípulos en todas las etnias, es decir, en todos los grupos sociales, culturales, que existen en nuestra sociedad.

Finalmente, nuestra relación con el Jesús resucitado está marcada por la gran promesa. La gran comi- sión va acompañada de la gran promesa, la de estar con nosotros en todo momento, en toda circuns- tancia, todos los días, hasta la consumación de la historia. Jesús no promete librarnos del dolor, los pro- blemas, las penalidades, el sufrimiento físico, emocional y espiritual, pero sí ha garantizado su presencia con nosotros en medio de todo ello.

Hay una actitud de adoración al Jesús resucitado en tu vida? En caso afirmativo ¿Cómo se evidencia? En caso negativo ¿Qué lo impide?

¿Has abandonado tu comisión? ¿Estas siguiendo el mandado de hacer discípulos? En caso afirmativo ¿Cómo se manifiesta? En caso negativo ¿Qué te lo impide?

¿Qué circunstancias estás viviendo que hacen necesaria su promesa de presencia continua? 

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