ENCUENTROS CON JESÚS: UNA MUJER ADÚLTERA
Jesús se quedó solo, con la mujer allí en medio. Se incorporó y le preguntó: -Mujer ¿Dónde están todos esos? ¿Ninguno te condenó? Ella le contestó: -Ninguno, Señor. Jesús le dijo: -Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar. (Juan 8:1-11)
En Israel, el adulterio, juntamente con el homicidio y la idolatría, era considerado uno de los pecados más graves. Muestra de ello era que los tres eran penados con la muerte de la persona. Allí se juntaron Jesús, la mujer y aquellos que la condenaban y exigían del Maestro un pronunciamiento público sobre la condena a muerte.
Todos nosotros en un momento u otro de nuestra vida interpretamos, o podemos hacerlo, estos tres papeles. Todos somos la mujer adúltera puesto que todos hemos pecado, estamos en pecado o, sin nin- guna duda, vamos a pecar en el futuro. No necesariamente un pecado de adulterio, éste no es el pun- to, sino en el sentido más amplio de rebelión contra Dios y daño a otras personas. Cuando esto se dé seremos –o tal vez lo seamos ahora mismo- gente necesitada de experimentar la gracia y de que se nos concedan nuevas oportunidades como las tuvo la mujer sorprendida en adulterio.
Pero también todos nosotros somos fariseos. Juzgamos y condenamos a otros porque reconocemos su pecado. Pero lo hacemos sin estar nosotros mismos libres del mismo. Condenamos en otros aquello que justificamos en nosotros mismos o en aquellos hacia los que mostramos simpatía. Somos especialistas en detectar la paja en el ojo ajeno a pesar de la viga que bloquea el nuestro.
Finalmente, y este rol es opcional, todos podemos ser Jesús. Podemos serlo en el sentido en que tene- mos la oportunidad de otorgar gracia a otros. De ser agentes de restauración y reconciliación en la vida de las personas que han pecado. En que podemos dar de parte de Dios a las personas esas segunda
oportunidades de las que están tan necesitadas. Nunca debemos olvidar que la gracia es lo único que puede restaurar a las personas.
Brennan Manning, un conocido autor cristiano que ha escrito especialmente acerca del tema de la gracia, afirma: «Dios te ama incondicionalmente, tal como eres y no como deberías ser, porque nadie es como debería ser».
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