NO SEAMOS TERCOS (SALMO 95)
Si hoy escuchamos su voz, no seamos tercos. (Salmo 95:8)
La terquedad es definida como una actitud irracional de no cambiar. Es cerrarse en banda, no querer escuchar, hacer oídos sordos, negar la evidencia de lo que se nos dice. El terco tiene un oído selectivo, tan sólo presta atención a aquello que le interesa, que reafirma sus prejuicios o actitudes ya tomadas. Nada le hará cambiar porque lo suyo no es un impedimento físico para oír, sino un actitud de la voluntad de no recibir. Todos hemos sido tercos en alguna ocasión y, a pesar de que nuestro interlocutor tenía razón, no hemos querido escuchar sus razones.
La terquedad puntual es algo que, como indicaba hace un par de líneas, todos hemos vivido y viviremos en alguna ocasión. El problema es la terquedad crónica, es decir, cuando se ha enquistado y ya nos volvemos tercos como la única respuesta ante todo aquello que no entra en nuestros esquemas. La más peligrosa de las terquedades es la que podemos desarrollar con respecto a Dios. Cuando de tanto ignorar sus llamadas y su retroalimentación en nuestras vidas, nos volvemos totalmente insensibles a su voz, ya no tenemos la capacidad de reconocerla, nuestro corazón ha perdido la capacidad de escuchar en la longitud de onda en que Dios emite.
Este tipo de terquedad no se da de un día para otro, es acumulativa. Comenzamos con una ignorancia que, aunque nos pueda producir mala conciencia, podemos aguantarla. A esta, puede sumarse otra y otra. Al final, ya ni siquiera escuchamos, hemos perdido la capacidad de oír.
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