FARISEO EN PROCESO DE RECUPERACIÓN



Aún estaba lejos, cuando su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo estrechó entre sus brazos y lo besó. (Lucas 15:20)


Detrás de un fariseo -como es mi caso- siempre hay una realidad humana no aceptada, unas contradicciones no resueltas, unos traumas no sanados, un pecado no aceptado. Ello, nos genera una tremenda tensión entre el ideal al que honestamente aspiramos y la cruda realidad que, en ocasiones, se expresa con brutalidad y nos recuerda nuestra situación caída. Esa tensión, que la psicología denomina disonancia cognitiva, debe ser resuelta de algún modo y para los que somos fariseos la respuesta fácil es compararnos con los demás y sentirnos superiores a ellos, bien sea doctrinalmente, moralmente, conceptualmente, por los logros obtenidos, la influencia que tenemos, el reconocimiento que otros nos otorgan, etc., etc. Podemos, con satisfacción, mirarnos a nosotros mismos y dar gracias al Señor por no ser como los otros hombres. Ni que decir tiene que eso no resuelve, sino que profundiza el problema; no soluciona nuestras contradicciones, no nos ayuda a afrontarlas, simplemente las oculta debajo de la alfombra de que somos mejores que otros. Es decir, es cierto que soy malo, que tengo contradicciones, pecados no solucionados, traumas no resueltos, pero, los otros aún son peores que yo. Resultado final, me siento mejor. 

Mi camino personal de restauración no está siendo fácil. Tiene varias etapas y lo comparto como algo descriptivo, nunca prescriptivo -aunque creo que puedes identificar principios espirituales válidos para cualquier persona que desee sanar-. La primera etapa fue reconocer mi realidad y ponerle nombre y apellidos. Aceptar y nombrar todas las contradicciones, pecados, inconsistencias, necesidades de sentirme superior, de poder mirar por encima del hombro a otros; en fin, todas aquellas realidades que muestran lo que soy y cuán lejos estoy de lo que quiero ser.

La segunda etapa fue traerlo todo esto ante el Padre con una brutal honestidad y transparencia. Presentarme no como quisiera ser, sino como soy. Venir ante Él con honestidad sin usar a los otros como coartada para justificarme.

La tercera etapa fue experimentar el abrazo y el beso del Padre. El sentirme aceptado, amado y acogido, no por lo que soy, sino a pesar de todo lo que soy. Y ese abrazo, ese no sentirme rechazado por el Padre, ese no experimentar asco y repulsa de parte de Él, sino todo lo contrario, fue lo que redimió, validó, fortaleció mi débil identidad e hizo totalmente innecesario el volver a compararse con otros para sentirse mejor, superior, validarse, proteger la frágil falsa identidad que el pecado genera.

Puedo aceptar todo lo dicho en el primer párrafo de esta entrada, asumirlo y vivir con ello. Dios lo acepta y me ama a pesar de todo ello. Eso me da la libertad de no necesitar compararme para sentirme mejor, me da la libertad para seguir cambiando, progresando hacia la meta; sabiendo que las inevitables caída siempre serán tratadas con abrazos y besos de Abba.

Sólo que queda animarte a que experimentes esta misma libertad en Jesús y puedas ser, como yo, un fariseo en proceso de recuperación.








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