JESÚS ENTRE NOSOTROS, 2
Jesús se echó a llorar. (Juan 11:35)
Jesús no únicamente anduvo en medio nuestro, fue uno con nosotros. ¿Qué sentido tiene llorar por tu amigo muerto si sabes que en cuestión de minutos lo vas a resucitar? No tiene el más mínimo, salvo que sea una reacción típica y puramente humana ante la pérdida de alguien querido. Llorar es humano. Jesús fue humano, plenamente humano. Las páginas de los evangelios dan muestras una y otra vez de la genuina humanidad del Maestro de Galilea. Lo vemos experimentando las dimensiones físicas -hambre, sed, sueño, cansancio, dolor- y psíquicas -angustia, ira, tristeza, abatimiento, abandono, rechazo- de la realidad humana.
A mis ojos eso tiene un increíble valor. Un Dios que ha experimentado mi realidad y limitaciones puede entender la complejidad del ser humano. Todo lo vivió, a excepción del pecado, incluyendo la tentación y la muerte, la más democrática de todas las experiencias humanas. Por tanto puedo establecer una relación personal con un Dios que cuando hablo con Él sabe perfectamente de qué estoy platicando. Comprende de forma cabal lo que le estoy diciendo y puede mostrar simpatía por mi triste condición como ser humano pues, al fin y al cabo, estuvo allí, lo vivió, lo experimentó, sabe de primera mano el sentido de todo lo que le estoy compartiendo.
Hay personas que nunca podrán entender nuestra realidad simplemente porque no la han experimentado. Esa falta de experiencia común les imposibilita para sentir empatía y, en algunos casos, les lleva al juicio. No pueden entender porque nunca estuvieron allí y, por tanto, les resulta incompresible. Todos hemos experimentado la tristeza de ver en el rostro del otro o en sus palabras la incapacidad para comprendernos, para ponerse en nuestra piel. Pero con Jesús nunca es así. Él siempre entiende, comprende, procesa y muestra amor, empatía, gracia y aceptación. Por amor a los legalistas añadiré que eso no significa que siempre esté de acuerdo con mis conductas, pensamientos, actitudes, prioridades, omisiones ¡Sin duda que no! Pero siempre comprende y, como dice el autor de Hebreos, por eso puede mostrar compasión por los que somos terrible y miserablemente humanos.
Seguimos a un Dios que vivió con nosotros y como nosotros. Que no es ajeno a nuestra realidad porque la experimentó de primera mano. Aprovechemos ese increíble privilegio. Vayamos, como de nuevo dice el autor de Hebreos, con total, plena y absoluta confianza a Jesús, quien puede entender lo que, en tantas ocasiones, nadie más puede entender. Quien puede oír lo que muchos otros se escandalizarían de escuchar.
¿Cómo puede enriquecer y humanizar tu experiencia de fe el saber que Jesús fue total y plenamente humano?
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