PARÁBOLAS, DIOS ES DIFERENTE



Luego les dijo:
— Suponed que uno de vosotros va a medianoche a casa de un amigo y le dice: “Amigo, préstame tres panes,  porque otro amigo mío que está de viaje acaba de llegar a mi casa, y no tengo nada que ofrecerle”.  Suponed también que el otro, desde dentro, contesta: “Por favor, no me molestes ahora. Ya tengo la puerta cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. ¡Cómo me voy a levantar para dártelos!”.  Pues bien, os digo que, aunque no se levante a darle los panes por razón de su amistad, al menos para evitar que lo siga molestando, se levantará y le dará todo lo que necesite. (Lucas 11:5-8)
Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse. Les dijo:
— Había una vez en cierta ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a persona alguna.  Vivía también en la misma ciudad una viuda, que acudió al juez, rogándole: “Hazme justicia frente a mi adversario”.  Durante mucho tiempo, el juez no quiso hacerle caso, pero al fin pensó: “Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a nadie,  voy a hacer justicia a esta viuda para evitar que me siga importunando. Así me dejará en paz de una vez”.
El Señor añadió:
— Ya habéis oído lo que dijo aquel mal juez. Pues bien, ¿no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Creéis que los hará esperar?  Os digo que les hará justicia en seguida. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo? (Lucas 18:1-8)

Hay comentaristas bíblicos que estudian e interpretan las dos parábolas de forma conjunta ya que ambas tienen el mismo énfasis. La primera de ellas nos habla de la insistencia en solicitar ayuda a un vecino debido a la aparición inesperada de un visitante. Dado el carácter sagrado de la hospitalidad la persona se ve en la obligación de buscar algo de comer para darle y su vecino se presenta como la mejor opción. Tiene todo el sentido la respuesta de la persona importunada. Las viviendas de Palestina consistían en una única habitación y toda la familia dormía en el suelo, alrededor del fuego y muy juntos para darse calor. Era virtualmente imposible el atender el ruego del vecino sin molestar a toda la familia.
La segunda de ellas hace referencia a la persistencia de una viuda en pedir justicia. En un sistema judicial donde los sobornos movían la voluntad de los jueces, no sólo para atender unos casos en detrimento de otros, sino también para inclinar la balanza en una dirección u otra, la persistencia de la viuda se convierte en su única arma. Insistir e insistir hasta llevar al juez al agotamiento.
Hay dos grandes lecciones que se desprenden de estas parábolas. La primera, más obvia y tradicional es la importancia de la insistencia en la oración. Tiene todo el sentido. Cuando algo es importante para nosotros tenemos la capacidad de insistir una y otra y otra vez. La persistencia es un buen indicador del nivel de prioridad que algo tiene en nuestras vidas. Por tanto, la necesidad de persistir, en mi humilde opinión, es algo que yo preciso, no que el Señor precise. Cuando insisto yo mismo me doy cuenta que eso es algo realmente serio e importante. Cuando no lo hago se evidencia que tal vez no merecía tanto la pena. 
Pero la segunda lección no es tan obvia y tiene que ver con el carácter de Dios. Los dos personajes de las parábolas, el vecino y el juez, responden a la insistencia no por convicción, sino más bien por cansancio y hastío. Jesús quiere señalar es que nuestro Padre no es así. No es un Dios caprichoso que nos hace sufrir antes de respondernos, ni que puede ser coaccionado por nuestra perseverancia. Precisamente lo que nos quiere transmitir Jesús nace de la comparación entre nuestro Padre, que siempre quiere y busca nuestro bien, y los dos personajes que se movieron única y exclusivamente por su propio interés. Él no es así.

¿Cómo es el Dios a quien oras? ¿Qué te enseña sobre ti mismo tu nivel de persistencia en la oración?

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