EL SERMÓN DEL MONTE 53/ POR SUS FRUTOS/ MATEO 7
Por sus frutos los conoceréis, pues no pueden recogerse uvas de los espinos, ni higos de los cardos. Todo árbol sano da buenos frutos, mientras que el árbol enfermo da frutos malos. Por el contrario, el árbol sano no puede dar fruto malo, como tampoco puede dar buen fruto el árbol enfermo. Los árboles que dan mal fruto se cortan y se hace una hoguera con ellos. (Mateo 7:16-19)
Este pasaje siempre me ha sugerido otra aplicación muy práctica, a saber, ¿Cómo reconocer la verdadera experiencia de conversión? Los protestantes siempre hemos enfatizado, correctamente por otra parte, la importancia y la centralidad de la fe en la experiencia cristiana; lamentablemente no hemos sabido muy bien cómo manejar el tema de las obras, cómo encajarlas en nuestra espiritualidad. Muchas veces hemos tenido una actitud de reacción contra el Catolicismo y nos hemos ido al otro extremo negando la importancia y la necesidad de las obras. Ciertamente no lo habremos hecho a nivel teórico, pero si en la práctica; hemos desarrollado, como diría Santiago, una fe sin obras.
Pablo en su famoso pasaje de Efesios 2 indica con total claridad que no somos salvados por obras; pero afirma a continuación que si lo hemos sido para obras, para practicar el bien. Sus palabras son muy claras y contundentes al afirmar que nuestra salvación tiene como propósito la práctica apasionada del bien. El apóstol, quien en su carta a los Romanos afirma una y otra vez la centralidad de la fe, a lo largo de sus escritos enfatiza la importancia de vivir practicando el bien (véase a modo de ejemplo la corta epístola que escribió a Tito). Santiago, el hermano de Jesús, indica que una fe que no nos lleva a la práctica del bien es una fe muerta; dicho de otro modo, es una fe que no nos salva ni nos lleva a la vida eterna ¡No es de extrañar que Martín Lutero, el gran reformador de la iglesia, mirara con malos ojos la carta de Santiago, hasta el punto de dudar de su inclusión en el canon de las Escrituras!
¿A dónde quiero ir a parar? Pues sencillamente que la única evidencia real de que nos hemos convertido es los frutos que produce nuestra vida; dicho de otro modo, nuestra práctica apasionada e indiscriminada del bien. Ciertamente la conversión es un proceso espiritual personal, pero claramente las Escrituras nos indican que aquel que lo ha experimentado lo manifiesta con un cambio en su manera de vivir y ese cambio, no es únicamente la adopción de prácticas y lenguaje religioso, sino ante todo y sobre todo una imitación de la manera de vivir y pensar del Maestro que, ineludiblemente se plasmará en un estilo de vida caracterizado por frutos de justicia, misericordia, compasión y amor hacia nuestro prójimo.
Observa, por un momento, tu vida desde fuera ¿Qué tipo de frutos puedes apreciar? ¿Evidencian la manera de vivir y pensar del Maestro a quien sigues? ¿Qué deberías hacer como consecuencia de esta reflexión?
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