EL SERMÓN DEL MONTE 47/ JUICIOS/ MATEO 7



No juzguéis a nadie, para que Dios no os juzgue a vosotros. Porque del mismo modo que juzguéis a los demás, os juzgará Dios a vosotros, y os medirá con la misma medida con que vosotros midáis a los demás.  ¿Por qué miras la brizna que tiene tu hermano en su ojo y no te fijas en el tronco que tienes en el tuyo?  ¿Cómo podrás decirle a tu hermano: “Deja que te saque la brizna que tienes en el ojo”, cuando tienes un tronco en el tuyo?  ¡Hipócrita! Saca primero el tronco de tu ojo, y entonces podrás ver con claridad para sacar la brizna del ojo de tu hermano.


Emitir juicios sobre los demás es muy peligroso por varias razones. La primera es porque denota nuestra hipocresía; tenemos la tendencia a condenar en otros con total y absoluta firmeza cosas que justificamos en nosotros mismos; podemos encontrar una gran multitud de razones y explicaciones que en nosotros hacen tolerable lo que en otros denunciamos como condenable; usamos un doble rasero para nosotros mismos y para los demás. 

La segunda razón es que nunca tenemos una perspectiva total de la vida del otro, de sus circunstancias y realidades; vemos algo, lo juzgamos y automáticamente lo condenamos, sin embargo no sabemos qué situaciones, qué razones, qué realidades han llevado a esa persona a hacer aquello que ha hecho o dejado de hacer. Sinceramente ¿Qué sabemos nosotros de la vida de muchas de las personas a las que alegremente juzgamos y condenamos? En coaching hay un principio de trabajo que se denomina "la mejor intención". El mismo invita a los coaches a siempre tratar de creer que la persona actúa o deja de actuar movido por la mejor de las intenciones; propone que hagamos un esfuerzo por pensar que una persona no actúa, necesariamente, movida por la maldad o las ganas de perjudicarnos a nosotros u otros. 

Finalmente, es peligroso porque Jesús afirma que Dios usará para juzgarnos a nosotros los mismos criterios que nosotros usemos para juzgar a otros. Esto, honestamente, da un poco de miedo porque pone sobre mis hombros la responsabilidad de decidir con qué criterios seré juzgado por el Señor; toda la severidad, intolerancia y condena que eche sobre los otros será echada sobre mí. Lo veo como una invitación a la misericordia en mi trato con los demás. Veo que si desarrollo el hábito de ser misericordioso con otros y tratarlos movido por esta virtud, esto trabajará en mi propio beneficio, primero porque es posible, aunque sólo sea posible, que otros me traten con misericordia en respuesta a mi trato hacia ellos; segundo porque como afirma Jesús ese será el criterio que el Padre me aplicará a mí.

La aplicación práctica es clara, sencilla y contundente; necesito desarrollar el santo hábito de ser misericordioso con otros; cada vez que vengan a mi mente pensamientos de juicio y condena hacia mi hermano debo iniciar una conversación con el Padre. En la misma le puedo verbalizar mis pensamientos de juicio y condena y reconocer ante Él mi desconocimiento de la totalidad de la realidad y la vida de aquel a quien condeno. A continuación, darle gracias al Señor por la misericordia con que he sido y continuo siendo tratado por Él. Finalmente, orar por la persona con un corazón misericordioso.


¿Quién a tu alrededor necesita de tu misericordia? ¿Cómo, de forma práctica, puedes recordar y aplicar misericordia en las situaciones de juicio y condena?

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