EL SERMÓN DEL MONTE 42/ AYUNO/ MATEO 6
Cuando ayunéis, no andéis por ahí con cara triste, como hacen los hipócritas, que ponen gestos de lástima para que todos se enteren que están ayunando. Os aseguro que ya han recibido su recompensa. Tú, por el contrario, cuando quieras ayunar, lávate la cara y perfuma tus cabellos para que nadie se entere de que ayunas, excepto tu Padre que ve hasta lo más secreto. Y tu Padre, que ve hasta lo más secreto, te recompensará. (Mateo 6:16-18)
En anteriores reflexiones ya hablamos de los tres pilares básicos de la piedad de un judío, la limosna, la oración y el ayuno. En este pasaje Jesús habla sobre la tercera de esas prácticas. De entrada hay dos ideas básicas que vale la pena reseñar. La primera, es que el Maestro da por sentado que nosotros, sus seguidores, ayunaremos. La segunda, que lo haremos con la motivación correcta. En muchas denominaciones cristianas el ayuno no es una práctica habitual; No lo es entre los bautistas a los que yo pertenezco. Cada grupo cristiano tiene sus énfasis favoritos a los cuales les da una importancia, en ocasiones desmedida, mientras omite sin la más mínima vergüenza otras enseñanzas de Jesús. En el caso del ayuno el Señor claramente afirma que espera que esta práctica esté enraizado en la vida de sus discípulos, simplemente nos advierte que debemos hacerlo con la perspectiva correcta para que la práctica no se convierta en un acto legalista carente de valor y significado para el Señor.
Existe una amplía literatura sobre el ayuno y, por tanto, no es mi intención el hacer una apología del mismo, sin embargo, al leer este pasaje ha venido a mi mente la pregunta ¿Por qué debería ayunar? Personalmente pienso que la principal razón es dejar de hacer algo -en este caso comer- para hacer otra cosa -en este caso buscar a Dios-. Cuando Jesús habló de la oración ya nos indicó que no por mucho repetir y repetir la misma oración vamos a tener más impacto sobre Dios. No por dejar de comer Dios va a estar más propenso a escucharnos. Me da pues la impresión que el ayuno tiene que ver más conmigo mismo y mi necesidad de hacerlo que con el deseo que Dios tiene de que yo lo haga.
Conozco muchas personas que aluden a su carencia de tiempo para no desarrollar su relación personal con el Señor, curiosamente, esas mismas personas comen de manera regular tres veces al día y acostumbran a encontrar el tiempo para hacerlo. Soy amigo de otros que nunca leen la Palabra, pero no se pierden ni un sólo partido de su equipo favorito más la liga europea, la copa del rey y cualquier otro evento futbolístico que la televisión ofrezca. En este sentido podríamos ampliar el sentido del ayuno y afirmar que consiste en prescindir de algo que es importante para nosotros -la comida, el fútbol, el deporte, la novia, el trabajo- para poder dedicarnos a buscar al Señor y pasar tiempo con Él. Podemos, por tanto, ayunar de muchas cosas con el propósito de invertir más tiempo en desarrollar nuestra relación personal con Dios. El simple hecho de no poder ayunar de fútbol, comida, las redes sociales, los video juegos, el entreno deportivo o cualquier otra cosa, ya nos muestra que tenemos una situación de dependencia de la cual no podemos sustraernos y, consecuentemente, hemos caído en aquello que el apóstol Pablo afirmó: "todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada"
Ayunamos de lo que sea para buscar a Dios y centrarnos en Él. Y, tal y como nos pide Jesús, lo hacemos con la motivación correcta que, del mismo modo que vimos con la oración y la limosna, no es demostrar ante los demás nuestra superioridad moral y espiritual sino simplemente cultivar nuestra relación con el Padre de quien buscamos la aprobación.
Analiza por un momento tu vida ¿De qué cosas deberías ayunar? ¿Cómo se beneficiaría tu seguimiento de Jesús si introdujeras el ayuno -en el sentido amplio- en el mismo?
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