EL SERMÓN DEL MONTE 30/ ORACIÓN 2/ MATEO 6
Y al orar, no os pongáis a repetir palabras y palabras; eso es lo que hacen los paganos imaginando que Dios los va a escuchar porque alargan su oración. No os asemejéis a ellos, pues vuestro Padre sabe de qué tenéis necesidad aún antes que le pidáis nada. (Mateo 6: 7-8)
Es de agradecer toda la aportación que la teología sistemática ha hecho para la comprensión de la fe cristiana; sin embargo, cada vez me doy más cuenta que la oración es un auténtico misterio. Misterio es una dosis excesiva de realidad que nuestro cerebro, todo y su poder, no tiene la capacidad de procesar y comprender en sus múltiples facetas. Dios es un ministerio; el conocimiento que de Él tenemos en las Escrituras es veraz ¡Cierto! pero limitado; Dios es mucho más grande de lo que la Biblia nos explica. La trinidad es otro misterio que nuestro cerebro tampoco puede procesar sin colapsarse. Son bonitas las analogías que usamos para explicarla, pero todos entendemos que son simples y pobres intentos de expresar algo que va más allá de nuestra capacidad. Humildemente pienso que la oración entra dentro de esa categoría; sin duda hay cosas de la misma que entendemos con total y absoluta claridad y otras que, si hemos de ser sinceros, se nos escapan. ¡Pero no importa! Creo que los seguidores de Jesús hemos de aprender a vivir y celebrar los misterios de nuestra fe y aceptar la riqueza que supone para nosotros tener una fe, la cual, no puede ser limitada y explicada únicamente por la razón, por respetable y poderosa que esta sea.
Jesús sigue enseñándonos acerca de la oración y habla de las largas oraciones y las continuas repeticiones que, aquellos que las hacen, piensan les conceden algún tipo de influencia sobre la divinidad. Aquí radica la diferencia entre la oración persistente -recordemos la parábola de la viuda y el juez injusto- y la magia. En esta última el practicante parte de la base de que ciertas conductas, palabras, ritos, oraciones, etc., le conceden poder e influencia sobre la divinidad obligando a esta a actuar en beneficio propio. Dios no está obligado a nada y no habrá cantidad de oración que pueda forzarle a inclinarse hacia nuestras peticiones. Otra cosa diferente es que conscientes que nuestra relación con Él está basada en la gracia, el amor y aceptación inmerecido e incondicional que nos tiene, le presentemos nuestras peticiones y necesidades y podamos ser persistentes en las mismas. Siempre he pensado que la persistencia es una manera de expresar cuán importante es un motivo de oración para mí. Personalmente le estoy presentado las mismas peticiones al Señor por años y años y todavía no he visto la respuesta a las mismas; sin embargo, mi actitud al orar es de confianza en el Señor, en absoluto que la intensidad y persistencia vaya a erosionar su resistencia o forzarle en ningún sentido a concederme aquello que pido. Nosotros, como hijos amados, tenemos el derecho y el privilegio de presentarle al Padre nuestras peticiones; siempre siguiendo el modelo de Jesús, quien presentó las suyas añadiendo que fuera la voluntad del Padre la que se hiciera y no la suya propia.
¿Por qué oras? ¿Qué es lo que lleva a Dios a contestar nuestra oración? ¿Por qué es importante para nosotros entender el sentido de persistir en la oración? ¿Qué significa que el Señor no puede ser manipulado por medio de la oración?
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